viernes, agosto 27, 2010

La crítica: desde la ideal a la real


El diccionario de la Real Academia Española da como octava definición de Crítica la siguiente: Examen y juicio acerca de alguien o algo y, en particular, el que se expresa públicamente sobre un espectáculo, un libro, una obra artística, etc. En esto existe, parece ser un consenso. Una crítica es un juicio sobre algo o alguien. Una crítica evalúa. Una crítica juzga. Una crítica afecta. Una crítica nos afecta.
Esta evidencia nos enfrenta siempre a muchos límites, potencialmente. Pero bien, pensemos en esa crítica. Se le puede asignar muchas adjetivaciones a una crítica –buenas, destructivas, apropiadas, imprevistas, necesarias, etc.-. Adjetivaciones que en realidad procuran dividir las mismas, como una suerte de clasificación. Creo, que la clasificación principal que debemos hacer es si la crítica es buena o mala. Es decir si el juicio emitido puede ser utilizado para ver lo que está errado, equivocado, mal en lo hecho y, por consiguiente, si puede ser resuelto de algún modo. Esta es la clasificación que llamaremos “objetiva” de las críticas. No porque creamos que es posible ser objetivos, sino porque es el modo que pretendemos presentar más limpio el concepto de crítica. Como si al aceptar que una de las mismas es buena, per se, o mala per se, nos permite posicionarnos desde otra perspectiva.
Las otras formas de clasificar a una crítica, están en el terreno de la subjetividad. No implica esto que sea una manera de menospreciar la misma, sino de plantear que puede oscilar en función de nuestro propio clima emocional. Así, una crítica puede ser: con ánimo destructor o constructivo; pertinente o impertinente; autorizadas o desautorizadas; solicitadas o imprevistas; necesarias o innecesarias; apropiadas o inapropiadas.
Toda crítica, como podemos sospechar, puede soportar una variedad de clasificaciones al mismo tiempo. Es decir, que no existe nada que establezca una correlación directa entre: persona adecuada, momento específico y crítica fundada o lo contrario, salvo en nuestra propia subjetividad. Sin embargo, la primera clasificación debería ser la más importante. Si la crítica es buena o mala. Si muestra en su juicio los puntos donde la dificultad es clara e indiscutible. Aprovecharla dependerá de nuestras capacidades. Las adjetivaciones que utilicemos para usarlas o desecharlas marcan nuestra limitación y no la de la crítica.
Que las buenas críticas nos lleguen en el momento justo, que la haga la persona adecuada, que nos la haga con la calidez necesaria. Sí, todos y todas quisiéramos eso. Pero sabemos que lo que hay es algo bastante diferente en el día a día. ¿Qué hacer? Descartar todas las críticas que no sean así o fortalecer nuestra estima y aprovecharlas si son buenas. Quizás eso, haga que las críticas mejoren. Está en nuestras manos. Así de simple. Así de complejo.

jueves, agosto 19, 2010

Valores universales: ¿una trampa?

¿Es posible hablar de valores universales? En esta pregunta es donde surge la verdadera cuestión de fondo del ser humano. Un valor universal sería una opción que el ser humano toma frente a otras opciones y que está incluida en su naturaleza. Es decir, que todas las culturas de la humanidad (de forma diacrónica y sincrónica) eligen cierto valor como un punto de referencia común para ser humanos.
Un valor es aquello por lo que se estima a algo o alguien. Siempre son polarizados, es decir, positivos o negativos y, además, jerarquizados. Lo que define un valor, por lo tanto es alguien. Esto es para uno o para muchos. Se pueden definir como “principios éticos con respecto a los cuales las personas sienten un fuerte compromiso emocional y que emplean para juzgar las conductas”.
Lo universal, por su parte, refiere a todo los seres humanos que habitan la tierra (universal geográfico) y también se puede considerar a todos los habitaron en todo el tiempo que existe la humanidad (universal geográfico e histórico). Pensando esto se puede afirmar sin dudarlo que todos y todas las personas que habitan, habitaron y habitaran la tierra definen, aceptan y viven valores. Es decir que tener valores es universal. Esta afirmación tiene una claridad que no se opone a uno de los principios que definen la forma de comprender hoy el futuro: la diversidad.
Ahora bien, hay algo más que una sutileza en decir que hay valores universales. Esto quisiera decir que, todos los seres humanos que habitan y habitaron la tierra tienen un valor o varios que, entiende lo mismo, lo consideran jerárquicamente como indispensable y, lo más importante, ese o esos valores incluyen los mismos elementos para todos y todas. Esto, es sin dudas, un imposible. Las autoridades, y los funcionales para la autoridad, a veces quieren imponer la panacea del valor universal. Eso, creo, es una trampa.
A pesar nuestro la historia nos muestra que la humanidad nunca tomo un valor como universal, salvo en la declamación. Tal vez porque lo que se llamo como valor universal siempre fueron palabras polisémicas y que tenían matices que hacían que hasta dos opuestos puedan ser considerados como manifestación férrea de un valor: así, hasta se hizo la guerra por la paz. El ser humano intentó, eso sí, defender lo que consideraba un valor que podía reconocerse en más personas. Eso nos hace preguntarnos: ¿Un valor universal es una expresión de deseo ingenua o un llamado a la esperanza?
Estoy seguro que la respuesta no es universal. Para algunos es una forma de expresión de deseo ingenua, infantil: el ser humano quiere ser bueno. Para otros, un llamado de esperanza, en la medida que comprendamos que son un rumbo y por lo tanto siempre puede rectificarse un poco más, un poco mejor.
¿Sirve hablar de valores universales? Creo que no, porque hablar de valores universales nos impide ver los matices donde nos movemos; impide crecer en la diversidad; impide ver los tipos de violencia simbólica presentes; impide, sobre todo, afinar nuestros diagnósticos para darles a los demás un poco más, un poco mejor, cada día. Sólo se puede avanzar en la construcción de algo mejor, cuando nos esmeramos en saber que estamos en el camino, no en la llegada.
Procurar la diversidad como fuente de riqueza, va en contra de una idea universal univoca. Creer que todos podemos buscar consensos para hacer que, por ejemplo, el ser humano sea feliz sin hacer daño a sus congéneres, necesita aún mucho más trabajo que la simple declamación de creer que eso es un valor universal, aunque, no lo negamos, pueda ser una ambición de muchos y de muchas.
Es hora de descartar los falsos optimismos, los que se basan en la ingenuidad infantil. Para ello es hora de ser un poco más niños, que implica, cuestionarse un poco más, buscar al otro y, sobre todo, comprender que somos humanos, no dioses.

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