martes, febrero 04, 2020

¿Qué creemos?


Es la pregunta que no nos hacemos. Pensamos que no hace falta. Creer como una acción real y tangible de nuestro ser. Si lo piensan, creer es un verbo maravilloso, simplifica nuestro razonamiento y nos da una virtud inexistente: la confianza. Creer es un movimiento intelectual que le atribuimos a lo esotérico –o sea al corazón- porque sabemos que no resiste un análisis serio. 
Creemos porque sentimos que eso es algo positivo, bueno, conveniente, fácil, real, tangible, sensible o lo que fuera que utilicemos para pensar nuestras formas y nuestros sentidos de la realidad. Creemos como un mecanismo para defendernos de la incertidumbre que el ser humano vive por ser humano y estar en este mundo. 
Creer es una actitud humana que siempre nos presenta una disyuntiva inevitable ¿qué hacemos cuando la realidad no coincide con lo que creemos? Aunque no nos guste decirlo, lo primero que hacemos es negar los hechos. Así de simple. La confrontación entre creencia y hecho contrario, da como resultado que se niega los hechos, en primer lugar. Luego, lo segundo, cuando los hechos son más contundentes, pues le damos otro sentido a los hechos para que esa nueva interfaz, los maquille y así se adapten mejor a la creencia. La tercera posibilidad: decimos que los hechos no son los únicos y que seguramente habrá hechos que no conocemos y que no sólo defienden, sino prueban, ipso facto, nuestras creencias. Finalmente, quizás aceptamos los hechos y dividimos nuestro mundo entre los hechos y las creencias. 
Si, la magia como norte para nuestra realidad. Pienso que, en el fondo, no nos damos cuenta que la función es diferente. Por un lado, los hechos son el cotidiano y la creencia son formas de canalizar nuestro deseo, nuestras utopías y nuestros sueños. Por eso son necesarias, sin dudas.
Sólo deberíamos trabajar más sobre como construimos esas creencias y como somos capaces, por ella, de negar la realidad, los hechos, lo cotidiano. Frente a ello, nuevamente, sería bueno repensar como hacemos que los demás construyan sus creencias también. El rol de los intelectuales, de los educadores, de los que escriben la historia y las fábulas. Porque, lo sepamos: las creencias, la que orientan la vida, las mamamos. Esto quiere decir que podemos, con la educación, que lo que las generaciones venideras mamen sea lo mejor que podemos, lo mejor que necesitamos, lo mejor que hace falta para que la humanidad sea un poco mejor.

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