Mañana, martes es el día internacional de la mujer. Menuda tarea nos toca
ese año al pensar en este día. Un día que nos debe doler. De entrada, es un día
que evoca al 8 de marzo de 1909 cuando
más de cien mujeres fueron asesinadas por
discutir y reclamar sus derechos, por buscar el “pan” necesario y la “calidad
de vida” que debería ser innegociable. Se las mató en un incendio en la
fábrica donde trabajaban (es una forma
de decir, puesto que las condiciones eran bastante deplorables y podríamos
hablar de esclavitud, sin enrojecernos). No fue ni por bombones, ni por
elogios, ni por flores, fueron asesinadas por pedir sus derechos. Es en 1977
cuando la Asamblea de las Naciones Unidas declaró esa fecha como un día de
reflexión sobre la condición de la mujer.
Ahora bien, este año toca pensarlo en medio de
una guerra que nos hace sufrir como humanidad pero que es algo sólo humano,
aunque nos duela pensarlo así. Efectivamente, es el ser humano la única especie
que es capaz de auto infligirse tamaña crueldad y ser capaz de recurrir a la
violencia extrema como forma para solucionar los problemas. Agredir de ese modo
como si la solución fuese por esas vías, confundiendo poder de daño, con
razones, sabiendo que en toda guerra el sufrimiento es incalculabe, inevitable
y constante. Pero, además, en nuestro país, la semana pasada, 6 hombres,
masculinos (en este caso valga la redundancia) violaron a una mujer en la vía
pública y a la luz del día. No fueron ni animales, ni monstruos, fueron seres
humanos, quienes son capaces de tamaña violencia contra otra persona.
Por eso, pensar
que siga habiendo “día internacional de la mujer”, no es orgullo sino,
decepción. Ya que las tragedias, la injusticia, la dominación que dieron motivo
a ese día continúan presentes. Días como el “8 de marzo” son modos de recordar
que sigue existiendo un grupo de mujeres que sucumben a diario a manos de
hombres. Son días para insistir con el hecho que la injusticia está presente y
por más que afecta a tantos, dentro del “tantos” aún son la mayoría mujeres.
Son días para decir, claramente, que la dignidad de muchos seres humanos se
profana a diario por la cantidad de necesidades insatisfechas que tiene gran
parte de la humanidad, particularmente, las mujeres. Son días para levantar la
voz contra cualquier abuso de poder que permite la esclavización, el ultraje, la
denigración, la falta de posibilidades, el mantenimiento de los estereotipos,
los límites que se imponen para la dignidad.
El ocho de marzo es una fecha triste. El ocho de marzo nos invita a
recordar que todavía no dimos el paso necesario como humanidad, el que nos
permite tratar a cualquiera como igual, como soberano en sus decisiones, como
libre en sus convicciones, como necesario para nuestra felicidad. El paso para
comprender que los derechos humanos deben ser derechos y no concesiones del
poder de turno. Día para comprender que lo vital es necesario e impostergable.
Lo necesario es el acceso a la dignidad como algo del "aquí y ahora"
para todos y todas. Particularmente este año ONU Mujeres promueve el lema
"Igualdad de género hoy para un mañana sostenible".
El ocho de marzo es el recuerdo de una lucha que aspiró a algo mejor y
que recibió como pago la muerte cruel. Por ello recordemos que nuestra lucha es
por una idea soberana que desea que nuestros cercanos -geográficamente
hablando- reciban la dignidad que nace con la vida misma, que tengan la
posibilidad de aspirar a ser felices independiente de su cuna, a ser respetados
por el simple hecho de estar presentes. Es una lucha contra todo lo que afecta
esa posibilidad: la represión de cualquier tipo, la violencia en cualquiera de
sus formas y la corrupción como materia prima de la inequidad, la exclusión y
la injusticia.
Este día de la mujer, pensemos que la humanidad está en deuda porque aún no logra superar la violencia como una forma de acción. Sin embargo, también nos detengamos un momento para comprender que es esta misma humanidad (tú, yo y los demás), quien puede tener la capacidad de hacer frente a ello. Justamente, somos los humanos quienes podemos generar los espacios, las acciones, las leyes, los hábitos necesarios para poder avanzar en el desarrollo sistemático de la paz, de la no violencia, de la equidad como norma inapelable, de la cultura del buen trato, de la inclusión social que genera el capital humano del crecimiento y del desarrollo humano, de la educación para la vida, que incluye inexorablemente la educación sexual integral- buen día para exigirla con más decisión- como un modo definitivo de crear una sociedad que reconozca y valorice la dignidad de todos sus integrantes protegiendo sus derechos, estimulando su crecimiento y definiendo los límites indiscutibles de la convivencia.
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