jueves, noviembre 16, 2006

Saludar y no hacerlo



Saludar no es sólo un gesto mínimo, es un resumen de actitud. Saludar es una forma de probar que somos humanos. Sin embargo, no siempre saludamos y las razones por las cuales no lo hacemos van desde la timidez hasta la diferencia ideológica; desde la bronca indirecta hasta el resentimiento real. Así, encontramos en el privar de ese gesto a alguna persona una declaración de intenciones, un llamado de atención a nuestro “no-saludado” o a su entorno. Digamos que es como una declaración pacifica de guerra, autorizándonos el contrasentido.
Parece una buena solución, pero lo cierto es que si uno está pensando esto es porque le da importancia al saludo, algo que, definitivamente, no todos ni todas creen, sienten y comparten. Es decir, hay personas que creemos que el saludo es más que un gesto protocolar, creemos que el saludo es un gesto de certeza y de singularidad maravillosa. Si, muchos pensamos, que el saludo es una síntesis de humanidad, una síntesis elocuente y fabulosa. Pero lo cierto es que no todos piensan así. Algunos le dan el valor de “nada”.

También es cierto que hay algunas personas con las que uno debe esforzarse en poder saludar. Pero aclaro, ese esforzar es simbólico, porque no es porque eso “queda bien”, sino porque al saludarlas uno recibe de ellos una “corriente eléctrica” de ánimo, y eso es algo que es una bendición real. Son esas personas que saludan como si fuese con el corazón en la mano.
Hay momentos que uno deja de saludar. Es, quizás, una declaración de algo. Pero, lo cierto, es que pocos y pocas lo comprenden, porque para poder interpretar esto deberían utilizar el mismo código de uno. Un código muy complicado por ser tan simple. Un código en el que saludar es dejar una puerta abierta al otro, es el esfuerzo para estar cerca, aunque sea efímeramente, es la expectativa de la posibilidad, minimamente, de la comprensión, es una señal de nuestras necesidades y de nuestra disposición.
Un saludo siempre debería ser una forma de compañía, a veces efímera, a veces circunstancial, pero siempre una demostración contundente de cercanía. Cuando deja de serlo, quizás, la única alternativa válida sea, dejar de saludar, no como un mensaje que alguien debe decodificar, sino como la aceptación de alguna de las cosas que nos superan.

Jueves, 16 de Noviembre de 2006

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