martes, enero 19, 2010

La medida del mal menor

Escucho con preocupación –a veces con estupor- a los que consideran como irremediable el aceptar que un mal menor es lo mejor en nuestra época actual. Que se debe claudicar de cualquier utopía social y política cuando hemos conseguido el punto de algo no tan malo, quizás un poco bueno. De ese modo parece ser que lo insalvable del mundo esta atado a esa frase resumen: Si, roba pero hace. Al escucharla me parece que hemos sido despojados –¿mutilados?- de toda esperanza de cambio. Puedo, sin dudas, seguir el razonamiento de los que encuentran válido un mínimo necesario imaginando con ello el pequeño paso para el avance. Pero no me pidan que lo acepte sin más.
Estas personas suelen dividir al mundo entre lo blanco y lo negro. Tienen claro su enemigo y a él ni piedad ni consideración. A sus aliados perdón y redención por cualquier atropello. Se olvidan sistemáticamente que el abuso de poder es abuso de poder sea de izquierda o de derecha. No sirve como argumento válido que el vecino o el antecesor haya hecho peor. Esto obviamente no va en contra de saber que existen niveles de gravedad. Evidentemente que hay distintos tipos de abusos y que por ello no resisten comparación. Pero hay cosas que son límites que no debemos permitirnos ultrapasar. Una ideología que tenga que matar algún inocente para defenderse necesita rendir cuenta de ello, aunque comulguemos con esa ideología. No se puede tolerar como nivel válido el quitar algún derecho inherente a alguien por el solo capricho de una ideología, por más que sea mejor que la otra, la cruel y sanguinaria de los enemigos.
Puedo entender que existan momentos cruciales que hacen que la lucha exija sacrificios constantes. Pero dejemos de joder de una vez: ¿Por qué los sacrificios son para los débiles, los inocentes, los que no opinan, los que son manipulados, para los pobres, para los desahuciados, para los necesitados? Un mal es menor, parece ser, cuando toca al otro y no a uno. Ley pareja no es rigurosa, dicen. Pero también que hecha la ley, hecha la trampa. Lo curioso que siempre es rigurosa para los de abajo y la trampa favorece siempre para los de arriba. ¿No sería hora de revisar nuestras premisas?
Mientras la ley no favorezca la independencia de los derechos estaremos lejos de una sociedad deseable. Es hora de aspirar a una ley que garantice que los derechos sean inherentes a uno y no dependientes del poder de turno y, sobre todo, de no molestarlo. Una ley que sea despiadada con los que usan la riqueza de todos para sus lujos dando limosnas para los de abajo –limosnas aunque sean un poco más abundantes que las que el último les dio-. Una ley que garantice que aún disintiendo completamente con el poder uno tenga derechos que deban ser respetados, valorados y ensalzados. Hoy estamos lejos de eso. Mientras no lo veamos, el cambio se demora más, favoreciendo a pocos y perjudicando a muchos. Verlo es más que un anhelo, es una obligación.

martes, 19 de enero de 2010

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