sábado, enero 23, 2010

¿Sueño estúpidamente real?


Tuve un extraño sueño. Soñé que me ofrecían un trabajo de muchísima responsabilidad. Ser miembro de uno de los pilares que sostenía el funcionamiento de un estado y por ende que ayudaba a la sociedad. Accedía a él sin ningún tipo de prueba de condición necesaria. Al entrar recibiría un salario alto, altísimo. Esto también incluía obtener muchos beneficios, llamados secundarios. De entrada ya podía saber que mi jubilación sería buena, excelente para ser un poco más exacto. Estaba completamente consciente que aún siendo totalmente incompetente para el cargo iba a poder mantenerme cuatro años como mínimo. Firmaba implícitamente una cláusula que me permitía poder usufructuar todos los beneficios amplios que tenía a cambio de nada. Es decir no era imprescindible ni hablar, ni escribir, ni pensar, ni crear, ni producir, ni estar. Alcanzaba con levantar la mano cada tanto y siempre en función de lo que los demás, la mayoría, mostraban como la opción mejor, más allá de mis posibles razonamientos o inquietudes. Hasta podía darme el lujo –si tenía problemas éticos- de tener alguien – o alguienes- que piensen, escriban, creen y produzcan por mí. Esto contenía, obviamente, que yo podía usarlos y sacarles provecho, hasta negando su participación. Encima, por razones de lógica mayor, estaba al tanto que esas personas que iban a trabajar por mi las iba a pagar mi empleador sin cuestionarme la elección, ni el parentesco. Antes de despertarme también supe que mi trabajo tenía tres meses oficiales de vacaciones en el verano, donde mejor se aprovechan si uno dispone de recursos. Eso, obviamente, sin quitarte los días de licencia que puedes usar casi indiscriminadamente el resto del tiempo. Por supuesto, podía hacer distinto, hasta trabajar personalmente en todo y cada una de las cuestiones. Podía dejar la piel pero eso era una decisión que, en realidad, el subrogante de mi empleador real me dejaba a mi propio criterio. Eso sí dejando expresamente claro que hacerlo o no hacerlo no comprometía mi permanencia de cuatro años, los beneficios múltiples, la jubilación de privilegio y algunas que otras gangas.

Así, en mi sueño fui elegido parlamentario. No por el pueblo, que no me conocía, sino por alguien que me puso en una lista con un logo muy popular.
Después desperté. Mi lugar ya estaba ocupado por otros que tenían lo mismo que mi sueño y era simplemente aceptable porque eran las reglas del juego. Cualquier parecido con la realidad quizás sea circunstancial.

Se me viene a la cabeza una frase de Shakespeare en Hamlet "Algo está podrido en el estado de Dinamarca"; Una asociación demasiada libre. Debería consultar con un terapeuta.

Sábado, 23 de enero de 2010

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