domingo, agosto 07, 2016

Intimidad


La teoría del amor que desarrollaron unos psicólogos americanos habla que el amor está constituido por tres elementos: la intimidad, la pasión y el compartir. Estas son las tres aristas que definen lo que ellos llaman el triángulo del amor. En función de cuáles y cuanto están presentes se podrían definir los diferentes tipos de amor posible.
El primero, como mencionamos es la gloriosa y majestuosa intimidad. Es, sin dudas, una instancia única, tan personal que sólo uno puede compartirla, o debería ser siempre así. La intimidad es mucho más que desnudez, o que la entrega, es una convicción. Es ese instante donde uno entrega lo que considera valioso –aunque sea efímero- a otro que lo reconoce como par, como necesario, como imprescindible, aunque sea fugaz su paso. La intimidad resulta del “aquí” y “ahora” que se renueva, posiblemente, en el cotidiano y que aún si hacerlo se eterniza en la memoria vivencial, donde se crean los vínculos.
La intimidad es ese momento en el que nos permitimos creer en el otro más allá de toda racionalidad, aunque nos podamos equivocar en eso. La intimidad necesita algo tan personal que sólo puede ser reconocido por uno mismo. Puede ser desnudez, pero no necesariamente. Uno puede estar siempre desnudo y no tener intimidad. Hay una confianza, pero no es lo que define a la intimidad. Es habitual que haya sentimientos profundos –hasta amor- pero no es inherente a la intimidad, aunque sin intimidad no hay amor posible, se puede decir como también se puede decir que por más que haya intimidad puede no haber amor.
La intimidad es una cualidad humana, es esa instancia en la que el encuentro con el otro se abre a la eternidad fugaz que podemos escribir los humanos. Por ello, aún sostengo, que un momento –la verdadera medida del tiempo del ser humano- es ese instante de intimidad que compartimos.
Si pensamos en la intimidad que compartimos y que compartieron con nosotros podemos reconocer que algunas de ella quedaron en el pasado ya pasado, otras en ese pasado que ansiamos que sea futuro, otras, las menos, necesariamente, en ese pasado que hacemos presente como deseo, convicción, necesidad y placer.
Cada uno sabrá cuántos momentos disfrutó. Cada uno sabrá cuáles quisiera repetir, olvidar, eternizar. No todos sabrán cómo hacer para que esos momentos se reproduzcan pero todos podemos aprender a hacerlo.
Sea de un modo u otro, si estoy convencido que el camino a la felicidad –nunca lineal- pasa por nuestra capacidad de hacer que la intimidad sea ese tesoro que disponemos por el sólo hecho de compartirlo. 

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