domingo, julio 28, 2019

Argumentos



Parece que es muy difícil usar argumentos que apunten al tema que se discute. Argumentos que desarmen la estructura de pensamiento y que no apunten al otro como persona. Está claro que es algo a lo que se recurre habitualmente. Lo curioso es que, muchas veces, teniendo argumentaciones mejores, se cae en esto de “matar al mensajero”. Pero la emoción nos juega siempre como una tentación de satisfacción rápida. Sin dudas, motivado por la sensación que el argumento que nos dan es de una pobreza enorme o, en ocasiones, de una injusticia flagrante.
Veamos el ejemplo que motiva mi reflexión. Una persona manifiesta públicamente una opinión que debería ser insostenible. Esa opinión va en contra de lo que un grupo particular defiende (defiendo también). Claramente esa opinión está no sólo en las antípodas de este grupo, sino que, además, está hecha por un varón contra un colectivo de muchas mujeres, no exclusivamente. Dos respuestas vertidas en este colectivo  me llaman la atención: 1- “Claramente tiene algún tema no resuelto con las mujeres porque no se cansa de atacarnos” y 2- “Si... probablemente tiene casi nada y necesita demostrar poder. O no se asume”.
Dos elementos me parecen importantes destacar en estos argumentos expresados. El primero, que aun pudiendo ser verosímiles, implica una ficción argumentativa. Es decir, se basan más en la construcción del que está argumentando que en lo que el opinador expresa. El segundo que conlleva una fuerte presunción de sexismo y discriminación –que quien lo dice no lo percibe-. Esto es paradójico porque en el afán de defender una postura frente a un machismo utiliza uno de los argumentos más comunes en este grupo: la homosexualidad reprimida como una fuente de comportamientos nocivos. El “asumirse” es la causa de todos los males.
Me parece importante visualizar esta preocupación que deseo plantear y que se traduce en la siguiente pregunta: ¿Frente a qué argumentamos y cómo lo hacemos? Lo primero tiene que ver con una convicción actual: no todo debe ser contestado, porque al hacerlo estamos dando entidad a cosas que no lo tienen o no merecen tenerlo. Una estupidez malsana, construida sin raciocinio no debería ser respondida, salvo como conducta pedagógica en contextos de educación. Nunca en el debate. Y, sobre lo segundo, es una gran inquietud si realmente pensamos antes de hablar. Y, aún más grave, si en algún momento revisamos nuestra argumentación para corregir nuestros errores de construcción y no dilapidar oportunidades cuando defendemos aquello que consideramos justo, equitativo, noble. Defender lo que se considera verdadero es un desafío. Porque la verdad que vemos como imprescindible, necesaria e innegociable necesita nuestras mejores formas y no sólo el vómito intelectual. Nuestra mejor verdad necesita que seamos inteligentes, críticos y fuertes para no ceder ante el peor enemigo que puede tener nuestra razón: nosotros y nuestra mala argumentación.

28/7/19

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