lunes, septiembre 16, 2019

Sobre el orgasmo



El orgasmo tiene, tanto como palabra como acción, una sensación mágica. Lo sabemos porque lo vivimos y lo decimos sabiendo que trasmitimos una experiencia personal que, aunque equiparable, fisiológicamente, a tantas otras experiencias, es fruto de una vivencia tan subjetiva como la que más.
 El orgasmo es, sin dudas, una elegía de la vida. Como muchas otras, pero que tiene la particularidad de ser inequívocamente positiva para el ser. El orgasmo es la manifestación personal de un momento de intimidad que surge por una excitación adecuada y que se expresa como lo sentimos o podemos.

Ahora bien, es importante señalar,  una evidencia y una obviedad, que, en ocasiones, pasa desapercibida y hasta ignorada: El orgasmo es de uno. 
La capacidad de tener un orgasmo es de uno. El otro, con su disponibilidad, habilidad, (¿técnica?), capacidad de escuchar lo que uno precisa y otras cualidades; todo eso puede generar, en el mejor de los casos, las condiciones óptimas para que el orgasmo se muestre, se genere, se exhiba. Pero aun en esta situación, sigue siendo de uno mismo. Es la persona que “orgasmea” la que lo ofrece, lo deja salir, lo muestra. Por eso el orgasmo, por más que precise algunas condiciones fisiológicas básicas –estudiables, diagnosticables y hasta tratables- siempre es una experiencia que nace del consentimiento, ese núcleo central de la sexualidad saludable.
Por eso vuelvo a esa idea que ya desarrolle cuando escribí ese neologismo que todo el mundo vive sin, necesariamente, nombrar: orgasmear. Este es un verbo que debemos aprender a conjugar mejor y más. Siempre a partir de uno mismo. Orgasmear es una de las formas de empoderarse. Es asumir que somos sexuados, eróticos, integrales, soberanos y humanos, maravillosamente humanos. 

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