viernes, agosto 06, 2021

La sexualidad o las sexualidades: el dilema inclusivo

La noción de sexualidad es compleja en sí misma. Desde su aparición aparece como englobante integral, diversa y revolucionaria. Una palabra que se nutre de todos los comportamientos humanos, de todas sus creencias, sus pensamientos, sus palabras. Precisa en la concepción e imprecisa en la práctica, por esto, se resume, tantas veces a la actividad sexual, aun cuando sabemos que la excede largamente a esta. Estoy convencido que la sexualidad se asocia directa, completa y definitivamente con la humanidad. Es decir, la única sexualidad conocida que existe es la de la humanidad, aunque, claramente los animales, una de las especies que cohabita la tierra también tiene sexo y también tiene comportamientos sexuales más allá del coito. Pero lo que individualiza al ser humano como especie es lo que define que la sexualidad que porta es única, específica y propia de esta especia. Ahora bien, cuando afirmo eso, surge una necesidad urgente de explicar que la humanidad, también por definición, incluye como característica propia, identitaria y permanente la diversidad. La humanidad es una pero los seres humanos somos diversos. Esto, valga decirlo, incluye un abanico de muchas cosas que no siempre son las mejores.

Esto implica una cuestión esencial que al asociar a la sexualidad como cuestión identitaria de la humanidad lo lógico es comprender que la sexualidad también es única. No existen “sexualidades”, dado que no existen “humanidad” en plural. Esto, lo subrayemos, no se opone al hecho definitivo de la humanidad la diversidad como omnipresente, innegable y central para la especie. Es decir, no existe una sola forma de ser “humanos”, aunque si existe, por esa misma humanidad, intentos de pensar, ejecutar y pretender que si lo hay. Pues con la sexualidad lo mismo: hay una sola, la que cualquier integrante de la humanidad manifiesta y, al hacerlo, se individualiza en un abanico de posibilidades. Allí la diversidad existe. Pero como tal, también hay intentos, esfuerzos, lógicas para imponer una visión única de la vivencia de la sexualidad.

Ahora bien, se puede entender que como recurso se hable de “sexualidades”. Sin embargo, creo que por más que parezca muy lógico, mi hipótesis que es contraproducente para la diversidad, para la promoción de la inclusión, para el desarrollo de la equidad y para la evolución positiva de la humanidad. 

Efectivamente, si la sexualidad es única, como condición del ser humano, esto implica, necesariamente que cada humano la puede manifestar de la forma que va construyendo a través de los recursos disponibles. Si las sexualidades son varias, esto significa que hay categorías donde uno puede entrar. Esta aparente sutileza es lo que, creo, puede perjudicar lo que la noción de “sexualidades” busca defender: la diversidad como hecho incontestable de la humanidad.

No hay otra sexualidad que la humana, en esta afirmación que vengo haciendo desde hace más de 20 años radica el elemento esencial que distingue la sexualidad: es el ser humano con su abanico de posibilidades e imposibilidades, con sus aristas y dimensiones variadas, con su ensamble socio cultural, con las vivencias desordenadas con su propia biografía y sus narrativas quien construye su yo sexual y luego lo manifiesta como puede, como desea, como aprende, como siente. La noción de libertad solo es válida cuando las categorías no nos anteceden como sello, sino que permiten con mayor tranquilidad la fluidez.

No por nada el nuevo desafío que ha tomado la WAS (World association of sexology) es el de la justicia sexual. El que busca que los Derechos sexuales que existen y se reconocen, sea más que un papel, sino una forma concreta que la humanidad pueda vivir, desde su esencia sexual, el cotidiano, esos instantes donde pasa lo importante: la vida, el amor, la amistad, el trabajo, la familia y un largo etcétera que todas las personas ansiamos hacerlo de la mejor manera posible. 

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