Escuché o, tal vez, leí, como una tentativa burda de
humor, que a una persona que está “estresada”, se le sugiera que se consiga un
amante. La broma –o consejo- está asociada a la idea que el amante es un
personaje que hace que el placer sexual aparezca como concreto y continuo. Además,
es esa persona quien nos va a enaltecer todas las virtudes ocultas que nos
suelen negar y, como si fuera poco, también, tendrátodos los detalles de un
buen enamorado. Así el amante y los encuentros con él serán como una suerte de
oasis donde el desierto de lo cotidiano quedará afuera. Las caricias, los
besos, los elogios, la conversación relajada, el goce, la sutil perfección de
las imperfecciones que podemos tener: todo eso hace un buen amante. Sumado,
como verdad incontestable, que, en ocasiones, puede ser así. Porque es verdad
que, al sentirse un amante, efectivamente, puede generarnos una energía
renovada –o tal vez renovable, porque la energía es de uno- para poder volverse
a encontrar con nuevas libertades –para hablar, gozar, sentir y expresar- y,
por momentos olvidarnos que somos “mortales” o “morales”, tal vez. Tener
encuentros donde podamos sentirnos que podemos imaginar nuevos re-encuentros
donde nuestros antiguos vicios se evaporaran, donde los defectos puedan quedar,
como la ropa, a los pies de la cama…o mejor en la puerta de entrada –también
como la ropa- y así sólo entregarnos al enorme, rico y majestuoso placer de la
desnudez, en su sentido más excelso.
Pero nos olvidamos de un hecho muy importante. Los
amantes son personas que se encuentran con otras personas. ¡Sí!, es una
obviedad. Lo que quiero señalar con ella, es que son personas que tienen su
historia, su forma de ver el mundo, sus limitaciones, sus virtudes, sus
defectos, sus incomodidades, sus preferencias, sus opciones, sus quejas, sus
intereses, su moralidad, su ética, sus leyes. Todo eso y más. Ese conjunto de
cosas que no podemos evitarnos, son las que, en definitiva, permiten que se
produzca nuestra felicidad, nuestras angustias, el placer en todas sus
dimensiones y la manifestación real y franca de nuestras emociones.
Estoy convencido que la humanidad toda es capaz de
todos los comportamientos sexuales que
podemos imaginar y los que aún no
imaginamos, como también que el ser humano concreto tiene varias limitaciones
para esos comportamientos. Es decir, todos podemos todo, pero uno no puede todo
lo posible.
En concreto, quiero decir, que todos deberíamos ser
capaces de amar y de ser amados. Tenemos derecho a tener uno, ninguno o varios
amantes. De ser los amantes de una sola persona de varias o de ninguna. Lo
único importante es que seamos capaces de hacerlo porque decidimos. Porque
nuestra libertad siempre consistirá en poder elegir, a cada instante, lo que
hacemos y, por supuesto, lo contrario, elegir lo que no hacemos. Que implica
preguntarnos siempre ¿Qué somos capaces de elegir? ¿Por qué? Y ¿para qué?
Pero, también, porque no elegir como amante a quien
está a nuestro lado, porque no hacer que lo cotidiano se transforme en el
espacio magnífico donde podamos hacer que el placer, el juego, la sorpresa y la
intimidad sean una constante, que no precise de tantas peripecias para llegar.
Parafraseando la canción de estos lares, nos deberíamos preguntar ¿para qué
correr tanto si estaba aquí lo que quise buscar por otros lados?
Ama a quien quieras, para ello sé siempre el amante
que eres, el que deseas y el que se precisa. La felicidad no estará lejos de
ese lugar.
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