martes, junio 27, 2023

Sobre el orgullo gay

 

Este miércoles -28 de junio- se celebra lo que se conoce como el día del orgullo del movimiento LGBTQ+. Ese día se conmemora los disturbios en Nueva York (EEUU) ocurridos en el año 1969, que marcaron el inicio del movimiento de liberación homosexual. Todo comenzó con una redada policial en el pub llamado Stonewall Inn, situado en un barrio de la ciudad mencionada de EEUU. Como respuesta, surgieron, de forma espontánea, diversas revueltas y manifestaciones violentas, como protesta contra un sistema que perseguía a los homosexuales. Esos movimientos son considerados como las primeras muestras de lucha del colectivo homosexual en Estados Unidos y en el mundo. Se consideran los precedentes de las marchas del Orgullo Gay.

Lo pensemos, un grupo de personas adultas, con libertad y capacidad de consentir estaban
procurando disfrutar la vida, tal vez pensando en placer, seguramente hablando, quizás –lógicamente- ofreciéndose cariño y compañía como hacemos los seres humanos cada tanto -señalemos que deberíamos hacerlo más veces para conseguir que la paz sea más constante-. Pero volvamos a ese grupo de gente en un bar seguramente algunos de los presentes se amaban como sólo pueden amar las personas, otros, como puede pasar, solo pensaban en tener sexo consentido con quien estuviera disponible, también, debería haber alguno que lloraba penas de amor. Eso estaban haciendo. Por alguna razón trasnochada, alguien dijo que eso era una mala idea y que esa acción debía ser reprimida. Como lo hicieron en otras ocasiones, quizás pensaron, vamos, ponemos las cosas en orden y punto. Pero, esta vez, las personas agredidas dijeron con acciones lo que ya pensaban: ¡basta! Seguramente exteriorizaron lo que muchos ya sentían como verdad irrefutable: somos quienes somos, nos expresamos sin producir daño y debemos estar orgullosos.

Lo sigamos analizando: gente viviendo como personas, haciendo lo que las personas hacen y disfrutando y otro grupo de personas haciendo lo que no queremos: impedir la libertad, coartar la vivencia íntima y limitar la expresión personal de las emociones, los sentimientos, los afectos, o simplemente, lo que tengo ganas que no afecta a los demás. ¿De qué lado uno se pone? ¿De los opresores contra la humanidad, por el detalle que sea, o del lado de la defensa convencida de los seres humanos para que puedan expresar como lo sienten?

Tal vez, hoy, más de 50 años de ese hecho histórico, podemos comprender lo obvio: amar sigue siendo la forma que tenemos los seres humanos de crear momentos efímeros, pero con la intensidad de la eternidad, la sincera posibilidad del encuentro en que la intimidad es la convicción de reconocer a otro como igual, como vital, y que al hacerlo podemos permitirnos la serena posibilidad de transformar tormentas en calma, la real sensación que la vida sólo es posible porque alguien tiene la libertad de ser capaz de tejer el sólido puente creado con la nada, pero, definitivamente, imprescindible con alguien. Comprendiendo, sin dudar, que amar es una vivencia humana que sólo existe entre seres iguales, libres, que consienten, y que es la posibilidad de permitirnos la paz, el placer, el futuro que tenemos. Entonces, ¿porque olvidamos que el único color del amor que existe es el que vemos cuando lo sentimos? O sea, porque no aprendemos que los demás pueden sentir de otro modo y que, si eso no incluye violencia, coerción no es a nosotros decir nada.

Se trata de comprender que sólo somos humanos porque hay otro siempre para amar. Por eso, renovemos ese viejo sueño de siempre: que nunca nadie nos diga a quien amar y que, un día, seamos capaces de aceptar que sólo la libertad es necesaria para hacerlo y con ello elegir a la persona que queramos para eso y esperar que sea reciproco.

 

 

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