viernes, octubre 13, 2023

La diversidad

 La diversidad es riqueza. Es una verdad fácilmente perceptible, altamente reconocida como, también, científicamente valorada. La diversidad no es otra cosa que saber que somos únicos, irrepetibles y verdaderamente diferentes. No existe concepto humano que nos identifica más como especie humana. Un concepto que, valga decirlo, nos impulsa y, sobre todo, nos permite creer que siempre podemos mejorar, porque hay otras formas de ver, pensar, sentir y crear. No por nada en nuestra vida nos afanamos en buscar puntos de encuentro con los demás, porque sabemos que son diferentes.

Entonces, esa diversidad no solo es lógica, sino realmente inevitable. Frente a este hecho, constatado permanentemente, surge la pregunta obligada a pensar y a respondernos: ¿Qué hacemos frente a eso? No existen muchas posibilidades de responder. Creo que únicamente son tres respuestas posibles: atacamos, ignoramos o “aprovechamos”.

Si revisamos la historia de la humanidad sólo veremos crecimientos como individuos y como sociedades cuando no elegimos las dos primeras opciones. Esto es obvio ya que “atacar” o “ignorar” son dos caras de la misma moneda: la utilización de la violencia como recurso. Esto, lo decimos casi todos, es lo que ha generado, históricamente, el deterioro del tejido social y, sobre todo, la involución de nuestra especie. Entonces si de los tres caminos posibles solo uno nos sirve como especie, ¿Por qué insistimos en elegir los otros tantas veces?

No hay respuesta taxativa, pero, claramente, conocemos el recurso para evitarlo: la educación. Porque por ella somos capaces de brindar no sólo conocimiento, sino potenciar los valores que creemos vitales y podemos crear habilidades para la vida. Entonces, la pregunta clave es si ¿somos capaces de educar para la diversidad? Pregunta que tiene una previa: ¿somos capaces de darnos cuenta la necesidad de hacerlo? Lo que, básicamente, está asociado con darnos cuenta si somos capaces de asumir la piedra angular de la humanidad: el otro es vital preservarlo, es axial comunicarnos, es esencial reconocerlo. Sin olvidar el implícito que atraviesa nuestra especie: nosotros, cada uno de nosotros, también somos el otro para alguien.

La diversidad es riqueza. Son formas de ver el universo que estamos construyendo. No pretendo con esto ignorar que el otro también es una complicación tantas veces. Es más, hasta, como diría Sartre, el otro también puede ser “el infierno”. No es idílico lo que quiero plantear. Es más realista. En el otro siempre está el diferente, pero en ese otro, también siempre estará el necesario. El otro es imprescindible. Nuestra humanidad no tiene verdad más contundente que esa. O, quizás luego de la obviedad, somos mortales. Aunque a esa la disfrazamos pensando que viviremos en la memoria de los otros.

La diversidad como riqueza, los puentes como una necesidad, la comunicación como una urgencia. Sobre estos elementos, se puede construir una sociedad más justa, más equitativa, más deseada. Voy a insistir, no como algo mágico, sino como posibilidad concreta de tener lo que aspiramos. Ahora bien, concretamente esto necesita dos elementos claves: una educación orientada a reconocer al otro, potenciar la comunicación eficaz (la asertiva) y eliminar la violencia en todas sus formas y, lo segundo, un sistema social que ordene los recursos y los aplique en pos de potenciar la riqueza de la diversidad y elimine toda forma de violencia (o haga muy difícil que se manifieste).

En lo personal, quizás, el primer paso, sería pensar introspectivamente: ¿cuál de nuestras diferencias –porque la tenemos- es la que ha ayudado a crear un mundo mejor? Ser diferentes es nuestra verdad innegable, como también la contraparte, con ello somos capaces de crear mundos solidarios. ¿no sería bueno de insistir en esto? 

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