Todo en la
vida tiene límites que separan cosas. Cuando se los pasa, algo deja de ser para
comenzar a ser otra cosa. Para entender mejor, recordemos algo de la geografía:
Hasta acá llega Argentina, luego comienza, por ejemplo, Brasil, justo al pasar
el límite. En esos casos, solemos poner aduanas o pasos fronterizos, pero
estamos “en” y luego dejamos de estar. En la vida cotidiana también hay límites,
pero no suelen haber aduanas O tal vez sí, pero no son tan fácilmente
reconocibles y allí es donde empiezan el problema: ¿qué hacemos con los
límites? ¿con los nuestros y los de los demás? ¿Pasamos sin pedir permiso, nos
atrevemos? ¿Dejamos que el otro pase sin que autoricemos?
Claramente
hay dos situaciones que deseo considerar hoy: las situaciones donde no tenemos
en cuenta el consentimiento de la otra persona al sobrepasar sus límites, lo
que cae en el terreno del abuso, sin vueltas, y, las otras en las que no
intentamos avanzar por cautela extrema o miedo. En lo primero es claro: cuando
se trata de personas y de relaciones, cada cual debe decidir lo que quiere
hacer, como lo quiere hacer y con quien lo quiere hacer. Si forzamos eso sin
tener en cuenta que la otra persona consienta con comunicación verbal y no
verbal que lo exprese claramente estamos en el terreno de la violencia, que
incluye desde la física, hasta la manipulación afectiva, pero siempre siendo
violencia. Lo que sabemos es que no siempre se saber reconocer lo verbal no
directo (lo ignoramos) y nos cuesta acertar en algunos no verbales. Por eso, si
queremos pasar un límite con alguien debemos conseguir un sí de la aduana
simbólica de la otra persona. Pasar limites sin conseguirlo es un tipo de
abuso. O sea, cualquier gesto sexual, sensual cuando la otra persona no
consiente es un tipo de abuso. Simple, directo y concreto. ¿Cómo evitamos que
eso nos pase? Simple desarrollar habilidades para consentir y para expresar lo
que no queremos. ¿Dónde desarrollamos el consentimiento completo? Con la
educación. ¿cuál? La educación sexual integral eficaz. Así de simple y directo.
Ahora bien,
vamos a la segunda situación, que podemos resumir en la expresión “no me animo”
a hacer tal o cual cosa. Para responder a esto, recuerdo lo que dijo el papa
Francisco, al comienzo de su papado: no hay que confundir prudencia con
cobardía. O sea, está claro que debemos
respetar los límites del otro, pero no me animo a plantear algo por temor al
rechazo. Esta situación suele pasar muchas veces en la vida sexual de las
parejas, lo curioso que aparece por una falta idea de cuidar al otro
(prudencia) y, muchas veces, es por “cobardía” de no arriesgarnos o de recibir
un no. Por lo general esas situaciones surgen en parejas donde hay déficits en
la comunicación. No son capaces de hablar libremente, de plantear lo que se
desea, lo que inquieta, de lo que podría ser. Esto pasa, en ocasiones, porque
hemos sido educados con el mandato de que ciertas cosas no se piden, ciertas
cosas no se dicen. Así, ciertas cosas que quiero, no corresponde decir o pedir,
por esto o aquello, a lo que se agrega el muy famoso y común (unisex) “que va a
pensar de mi” si digo o propongo esto o aquello. Básicamente que juicio tendrá
de mí. El único problema es que no decidimos por lo que queremos, sentimos,
deseamos, sino por el valor que los demás le dan. Para poder hacerlo mejor,
comunicación asertiva es esencial que se aprende en clases de educación sexual
integral eficaz.
En definitiva, lo que quiero decir es que debemos comprender y asumir que no estamos obligados a hacer nada en nuestra vida sexual salvo aquello que nos ayude a ser saludables protegernos en todo sentido, potencie expresar sentimientos, gestionar las emociones, aumentar el placer, cuidarnos y cuidar, no aceptar ni sufrir violencia y permitir crear ese pequeño universo que se llama intimidad. Dentro de esas condiciones todo lo que queramos fuera nada. Sí, se trata claramente de nuestros límites.
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