No me gusta sumergirme en agua fría. Me molesta,
podríamos decir que me produce displacer. La idea del displacer es,
curiosamente muy importante para las personas. Debemos aprender lo que nos
disgusta, lo que nos afecta, o sea, lo que de alguna forma nos quita placer. Es,
creo, algo que olvidamos con frecuenta. A ver, me explico, el placer es un
camino que podemos recorrer desde nosotros mismos hasta el infinito,
metafóricamente hablando. Es lógico que descubramos lo que nos produce placer y
que eso tengamos tendencia a repetirlo. Como cuando vamos a una heladería y
pedimos los sabores que ya sabemos que disfrutamos. Es algo normal, bastante
habitual y no hay mucho problema. Es decir, los seres humanos podemos quedarnos
con los placeres ya conocidos. Ahora bien, podemos hacer eso siempre. Pero,
también, podemos, de vez en cuando, el permitirnos descubrir nuevos senderos
para el placer. Algo así como saborear saberes o experiencias nuevas y en ellas
descubrir los placeres que no conocíamos o, los conocidos, con nuevos matices. Sin
obligación, pero si como una verdadera opción. Creo que eso es algo genialmente
humano: tenemos
opciones.
Ahora bien, para elegir ese camino, es
importante saber algunas cosas: primero, como siento mi placer, que percibo que
me pasa, como identifico las banderas verdes que me permiten avanzar. Lo segundo,
debería ser conocer lo que me produce displacer. Aquello que lo apaga, que
inhibe la satisfacción potencial. Como también, sin lugar a dudas, lo que me
produce daño, es decir las banderas rojas donde no debo ir, insistir, pedir,
aceptar.
Personalmente, por eso sugiero que debemos
identificar los tres conjuntos donde se acomodan las actividades, gustos,
comportamientos que podemos tener: Uno es lo que es deseable para uno. Lo que
nos genera bienestar, placer y queremos hacer. Lo segundo, aquello que consideramos
aceptables, porque en toda relación siempre hacemos cosas por los demás, no
siempre porque nos gustan, pero, sobre todo, porque no están jamás en el tercer
conjunto: lo inaceptable, lo que decimos no, sea porque nos hace daño o porque
hacemos daño. Cuanto antes identificamos cada conjunto para nosotros, mejor
vamos a disfrutar casi todo, desde los sabores de helado hasta el sexo,
obviamente.
Pero si bien necesitamos identificar esos
tres conjuntos y tenerlos muy claro para la persona del espejo, como me gusta
decir, luego precisamos lo segundo, vital, imprescindible, urgente: el saber
comunicarlo con una asertividad real. Con esto me refiero a tener la capacidad
de expresar las propias emociones y decir lo que uno siente, necesita, quiere y
no quieres, trasmitiéndolo a los demás de modo claro, concreto y directo, sin
que eso sea imposición, sino certeza de tu valía. Eso vale para lo que produce
placer como, también, para lo que genera displacer.
Pequeña aclaración: saber por dónde va mi
placer o displacer ahora, no debe ser una excusa para no conocer lo nuevo, lo
diferente, lo que no experimentamos cuando decidamos, eso es una decisión
personal. Lo que sí es un límite que no deberíamos pasar es saber cuáles son
los caminos nos producen daño, nos afectan, no queremos experimentarlo y,
comprender que poseemos el derecho de decirlo y que lo respeten.
Por eso, creo que conocer los limites donde
se encuentra nuestro displacer nos permite, curiosamente, adentrarnos más en el
espacio desconocido donde todavía hay placeres que no reparamos y, quizás,
zambullirnos en esa experiencia con la certeza que el placer que podemos
encontrar siempre debe ser positivo, enriquecedor y, como los tréboles de
cuatro hojas, a veces, tan únicos que nos darán el éxtasis o algo parecido. Porque
si no es así, siempre podemos decir esto no lo quiero.
Ser feliz sólo es caminar por esos caminos
de las vivencias donde nos sentimos seguros. Algo que parece simple, más
necesita nuestro compromiso y aprendizaje permanente.