viernes, agosto 30, 2024

Día de la salud sexual

 

El próximo 4 de septiembre se celebra el día de la salud sexual. Es una iniciativa de la Asociación mundial para la salud sexual (WAS) que se viene realizando desde el 2010 con el fin de reafirmar la necesidad que la salud sexual sea considerada como un elemento axial para las personas y que forme parte de las políticas sanitarias, educativas y sociales. Cada año se renueva el logo y el slogan que orienta este día, adecuándolo a mensajes que potencien la salud sexual en todos los niveles. Este año es “Relaciones positivas” que conlleva lo saludable.

El slogan de este año busca tomar conciencia de la importancia de establecer relaciones
positivas. Así, la mencionada WAS nos dice que el tema de este año “enfatiza la importancia de fomentar los aspectos positivos en diversas relaciones, piedra angular de la salud sexual”. También remarca la WAS que “hay muchos tipos diferentes de relaciones y todas ellas tienen su propia forma única de funcionar. Las relaciones vienen en todas las formas y tamaños, y todas son especiales a su manera”. Es decir que todas las relaciones que tenemos deben ser positivas, ya que eso habla de una buena salud sexual, lo que deja entrever que la sexualidad, como siempre decimos, es mucho más que lo sexual (genital). Es una forma de estar en el mundo y de sentir, basada –le moleste a quien le moleste- en la diversidad, riqueza esencial de la humanidad. Valga decir, en este momento, en primer lugar, que la diversidad existe, aunque alguien no quiera reconocerla, segundo que los Derechos Humanos son el paradigma que la protege – o debería hacerlo- y tercero, que respetar la diversidad es un principio básico de la humanidad.

Volviendo a nuestro tema, digamos que una relación positiva comienza por uno mismo, comprendiendo que uno tiene un status de persona con una dignidad inherente a sí mismo. Somos siempre personas completas que otras personas nos pueden permitir que aparezca lo mejor de uno, pero nadie, jamás, nos completa. Salvo en el mito del amor de la media naranja, por ejemplo. Somos y, desde esa realidad, creamos relaciones. Lo segundo, una relación surge porque hay un compromiso, aunque sea brevísimo, pero la relación positiva se crea porque decidimos crear ese vínculo, insisto, hasta puede ser pasajero completamente o pensarse de por vida. Lo tercero, la relación no existe en las palabras, sino que usa las palabras (siempre la comunicación tiene un valor indiscutible) pero se ejecuta en acciones. La relación positiva no es discurso, aun siendo éste hermoso y deseable, es siempre acciones (gestos, actitudes que son ofrecimientos, porque en toda relación positiva se ofrece algo al otro y se debe recibir).

Cada cual podría hacer un listado de lo que su relación positiva debe tener. La WAS sugiere las siguientes cualidades: amabilidad, comodidad, cariño, respetuosa, sentirse escuchado, seguridad (no como bienes, sino en el vínculo y en la ausencia de daño intencional), alentadora, divertida (el humor compartido siempre es una prueba de una relación), solidaria.

Ahora bien, todos comprendemos que las relaciones positivas en todos los ámbitos crean universos donde vivir es enriquecedor, creativo y, sobre todo, están orientados a cierta paz, felicidad y placer. Aunque, lamentablemente, la vida incluye, en ocasiones, cosas no tan agradables, aun en las mejores relaciones. Alli las relaciones positivas deberían funcionar como un acompañamiento que contiene, ayuda, protege y nos permite que la resiliencia pueda aparecer.

Llegado a este punto podemos pensar cómo hacemos para que las personas tengan mas
relaciones positivas. La WAS dice que debemos fortalecer ciertas habilidades como: conocer nuestros límites y su importancia. Aprender cuándo hablar o contarle y a quien hacerlo. Adquirir técnicas de resolución de problemas. Mejorar las habilidades de comunicación, el trabajo en equipo y valorizar nuestra propia individualidad, al mismo tiempo. Finalmente practicar el cuidado personal en toda nuestra realidad (bio-pisco-social), expresar nuestras emociones de modo que construyamos mejores vínculos. Asumir los compromisos que deseamos con el norte de la dignidad respetado.

¿Cómo hacemos para que eso pase? La respuesta sigue siendo demasiado obvia a esta altura del partido: Educación sexual integral. Sin ella todo será un poco más difícil; con ella, hay mayores garantías que nuestra sociedad tenga relaciones positivas. No hay chance que, si eso pasa, no seamos una sociedad más saludable y mejor para vivir en conjunto.

sábado, agosto 24, 2024

Tratar al otro

 La vida humana es relacional. Nacemos por una relación, nos recibe alguien, alguien nos permite vivir –nuestra especie no puede sobrevivir sin que alguien nos ofrezca los primeros cuidados- y a partir de allí nos relacionamos como vamos pudiendo. Si, existe las personas ermitañas, pero la mayoría vivimos relacionándonos de muchas maneras. O sea, el otro –y uno también lo es para alguien- no sólo es inevitable, sino necesario y vital. Entonces, lo que importa es como hacemos esas relaciones y, particularmente, como vamos a tratar a ese otro, permanente o circunstancial, convencidos u obligados, motivados o protocolar.

Lo curioso es que ese trato –aunque nos parezca raro- no depende tanto del vínculo que nos une, sino de una decisión previa personal que nace de como gestionamos las emociones, que recursos tenemos para expresarnos, que lugar le damos al respeto y al deseo y como vemos al conflicto. Por eso, creo que habría tres posibilidades de trato frente al otro: lo trato mal, lo trato bien, lo trato neutro. Veamos un poco más. Obviamente una opción humana es tratar mal al otro. Esto tiene que ver con la intención de producir daño, de un lado, la otra de no proteger al otro también. Parece fácil reconocer que el mal trato genera sufrimiento, puede utilizar la humillación y siempre se asocia con la violencia. El mal trato puede producir en la persona que lo recibe: falta de seguridad y de confianza que nace sobre todo de la confusión y desorientación que genera en la persona. Todo esto repercute, obviamente, en la estima. El mal trato puede nacer de mi intención de hacer daño, de mis limitaciones en mi aprendizaje emocional (otra razón más para exigir educación sexual integral eficiente de modo urgente), por mi torpeza o incapacidad de ver más allá, la miopía emocional que puede estar acompañada de mi egoísmo.

Por su parte están los buenos tratos que todo podemos pensar, pero se concretiza en acciones,
comportamientos y que se recibe concretamente. El buen trato no es intención de hacerlo, sino comportamiento que se percibe. Así de simple. ¿Qué son los buenos tratos? Son modos de relacionarnos con las personas que puede incluye varias acciones diferentes. Por ejemplo, podemos anotar: demostrar afecto: con gestos, palabras tiernas y respetando sus tiempos. Destacar logros y acciones positivas. Evitar las etiquetas. Demostrar interés en lo que dicen y poner atención a sus necesidades. Poner límites claros de forma respetuosa, porque también debemos cuidarnos.

Ahora bien, existe una tercera opción. Que hoy es muy común. No hacemos daño, ni hacemos el bien, procuramos ser neutros. Lo curioso esto no sólo pasa en la vida cotidiana, donde parece tener sentido con los desconocidos, sino también en la vida relacional, sobre todo, la que surge de las redes sociales. Es decir, no lo trato mal (lo que en sí es muy bueno), tampoco me esmero en tratarlo bien (tenemos derecho a no esmerarnos y dedicarnos con todo el mundo), sino que no lo tengo en cuenta. Un ejemplo de esta época es el “ghosting”, que se hace en las redes de contacto. No somos malos, pero no somos todo lo bueno que podemos. Para ser claro, no estamos obligados a hacer nada que no queramos, pero darle valor al otro, darle respeto es una decisión que podemos tomar con respecto a cualquiera.

Creo que en esta neutralidad está el mayor déficit que tenemos como sociedad. Porque lo cierto que la vida social se construye mucho con personas circunstanciales. Es más, pensemos cuantas personas por día sólo veremos en el cruce o sólo una vez en la vida. Luego de eso nos propongamos ofrecer una dosis de buen trato, concreta, motivada e intencional, a esas personas. Será una utopía, pero si lo hacemos no cambiaremos el mundo, pero, estoy seguro, nos encaminaremos mejor hacia donde deseamos: una sociedad más saludable.

 

jueves, agosto 15, 2024

Displacer


 No me gusta sumergirme en agua fría. Me molesta, podríamos decir que me produce displacer. La idea del displacer es, curiosamente muy importante para las personas. Debemos aprender lo que nos disgusta, lo que nos afecta, o sea, lo que de alguna forma nos quita placer. Es, creo, algo que olvidamos con frecuenta. A ver, me explico, el placer es un camino que podemos recorrer desde nosotros mismos hasta el infinito, metafóricamente hablando. Es lógico que descubramos lo que nos produce placer y que eso tengamos tendencia a repetirlo. Como cuando vamos a una heladería y pedimos los sabores que ya sabemos que disfrutamos. Es algo normal, bastante habitual y no hay mucho problema. Es decir, los seres humanos podemos quedarnos con los placeres ya conocidos. Ahora bien, podemos hacer eso siempre. Pero, también, podemos, de vez en cuando, el permitirnos descubrir nuevos senderos para el placer. Algo así como saborear saberes o experiencias nuevas y en ellas descubrir los placeres que no conocíamos o, los conocidos, con nuevos matices. Sin obligación, pero si como una verdadera opción. Creo que eso es algo genialmente humano: tenemos
opciones.

Ahora bien, para elegir ese camino, es importante saber algunas cosas: primero, como siento mi placer, que percibo que me pasa, como identifico las banderas verdes que me permiten avanzar. Lo segundo, debería ser conocer lo que me produce displacer. Aquello que lo apaga, que inhibe la satisfacción potencial. Como también, sin lugar a dudas, lo que me produce daño, es decir las banderas rojas donde no debo ir, insistir, pedir, aceptar.


Personalmente, por eso sugiero que debemos identificar los tres conjuntos donde se acomodan las actividades, gustos, comportamientos que podemos tener: Uno es lo que es deseable para uno. Lo que nos genera bienestar, placer y queremos hacer. Lo segundo, aquello que consideramos aceptables, porque en toda relación siempre hacemos cosas por los demás, no siempre porque nos gustan, pero, sobre todo, porque no están jamás en el tercer conjunto: lo inaceptable, lo que decimos no, sea porque nos hace daño o porque hacemos daño. Cuanto antes identificamos cada conjunto para nosotros, mejor vamos a disfrutar casi todo, desde los sabores de helado hasta el sexo, obviamente.

Pero si bien necesitamos identificar esos tres conjuntos y tenerlos muy claro para la persona del espejo, como me gusta decir, luego precisamos lo segundo, vital, imprescindible, urgente: el saber comunicarlo con una asertividad real. Con esto me refiero a tener la capacidad de expresar las propias emociones y decir lo que uno siente, necesita, quiere y no quieres, trasmitiéndolo a los demás de modo claro, concreto y directo, sin que eso sea imposición, sino certeza de tu valía. Eso vale para lo que produce placer como, también, para lo que genera displacer.

Pequeña aclaración: saber por dónde va mi placer o displacer ahora, no debe ser una excusa para no conocer lo nuevo, lo diferente, lo que no experimentamos cuando decidamos, eso es una decisión personal. Lo que sí es un límite que no deberíamos pasar es saber cuáles son los caminos nos producen daño, nos afectan, no queremos experimentarlo y, comprender que poseemos el derecho de decirlo y que lo respeten.

Por eso, creo que conocer los limites donde se encuentra nuestro displacer nos permite, curiosamente, adentrarnos más en el espacio desconocido donde todavía hay placeres que no reparamos y, quizás, zambullirnos en esa experiencia con la certeza que el placer que podemos encontrar siempre debe ser positivo, enriquecedor y, como los tréboles de cuatro hojas, a veces, tan únicos que nos darán el éxtasis o algo parecido. Porque si no es así, siempre podemos decir esto no lo quiero.

Ser feliz sólo es caminar por esos caminos de las vivencias donde nos sentimos seguros. Algo que parece simple, más necesita nuestro compromiso y aprendizaje permanente.

jueves, agosto 08, 2024

Abrazar

 

 Abrazar es una de las formas más elementales de ofrecer un todo. Son esos gestos que pueden incluir a nuestro ser completo que procura contener al otro durante esos segundos que dura un abrazo. Obvio, no estoy hablando de cualquier abrazo, sino de aquellos que tienen la intención de ofrecer más que una circunstancia, los que buscan mostrar presencia y decir, en el gesto, estoy para ti, aquí y ahora. Pueden decir que es una exageración. Quizás, pero antes de decirlo, piénsenlo, por favor. Aunque para hacerlo recuerden la última vez que fueron abrazados de ese modo que se sintieron así y piensen, las veces (ojalá que sean muchas) que abrazaron de ese modo. Me refiero a hacerlo sintiendo que uno está completamente presente y, por eso, ofrecieron en ese momento la intencionalidad de decirle al otro que todo estará bien y, esa otra persona, se permita recibirlo. Esa conjugación es la que estoy hablando, un gesto que se ofrece, ese gesto que se recibe y al hacerlo se lo alimenta para que sea esa conjugación de humanidad urgente e imprescindible.

No me estoy refiriendo a lo que se conoce como el abrazo del oso, es el abrazo del ser humano
en su integridad que reconoce a otro como un par, que siente que más allá de todas las diferencias contundentes existen puentes reales y concretos que permiten sentir que somos tan humanos y logramos comprender que la necesidad no es fragilidad, sino una oportunidad. Abrazar no es otra cosa que ofrecer un poco todo, por un instante, para que un poco de aire nos refresque el alma.


Abrazos cariñosos, siempre. Pero no son los únicos, también hay abrazos de desesperación, de alegría, de dolor, de recuerdos. Pero abrazos al fin. En ese gesto hecho con el cuerpo, exhibido con los brazos hay una ambición secreta de ser como imaginamos: el mostrar la simplicidad del encuentro como una necesidad. Ahora bien, hay unos abrazos especiales, que espero que todos los hayan sentido, los abrazos que tienen algo de erotismo y mucha sensualidad: los abrazos de amantes, en su sentido literal: es decir de personas que aman a su pareja.

Esos abrazos –como los besos y las caricias- son pequeñas artesanías, porque parten de conocer
a quien se abraza, de reconocer lo que sentimos y utilizar el gesto para trasmitirlo. Por ello es algo que se aprende, se perfecciona. No es algo casual, sino intencional; no es algo pasajero, sino que habla de permanencia; no es algo insulso, sino que conjuga sentires, emociones y actitudes; no es algo neutro, es un diálogo comprometido. Finalmente, no es un acto de posesión sino de disposición. No es un acto de cierre, sino de apertura. Un abrazo siempre debería formar parte de una de las formas de decir presente, te quiero, te deseo, un poco más, gracias, por favor. Un buen abrazo es una enciclopedia para el amor, si lo permitimos. Algunos de los lectores esto es evidente (¡Enhorabuena!), otros, quizás, deban aprender a hacerlo. Porque todos nos vendría bien lo que sugiere Mario Beneditti: “un abrazo que nos acomode un poco.
Que nos haga ver que no estamos tan solos. Ni tan locos. Ni tan rotos” Nos lo merecemos.

 

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