domingo, agosto 17, 2008

Discriminación

El germen de la discriminación radica en el desprecio. Cuando despreciamos a otra persona, por sus formas, por sus gestos, por su “lo que fuera” estamos creando el caldo de cultivo para la posibilidad cierta de la discriminación. Por ello, creo, que una de las formas políticas que potencian la discriminación son los discursos asentados sobre la falacia que todos somos iguales. Creo, firmemente, que las diferencias existen. Es más, estoy convencido que ello es el sustento esencial de la creatividad humana. Combatir las diferencias es luchar contra la única posibilidad que tenemos los seres humanos de recuperar humanidad, como dice Sábato. La desigualdad y la inequidad es harina de otro costal, lo digamos definitivamente y es nuestra obligación luchar sistemática, formal y categóricamente contra ellas.
Cuando decimos que no existen diferencias entre el conocimiento adquirido por haber estudiado un tema y el de la experiencia estamos despreciando, estamos creando una estúpida sensación que nuestro público es infradotado. Si, es verdad que todos aportamos para construir un conocimiento cuando se trata de experiencias vitales que muchas personas pueden pasar. Pero de allí a caer en la simplicidad que no tiene ninguna importancia si has estudiado, investigado un tema porque el conocimiento es algo exclusivamente de todos por el sólo hecho de estar presentes es menospreciar a quien sabe que nos falta siempre aprender mucho sobre todo.
Los discursos más lindos y que se presentan como integradores, mágicos sobre lo bueno de las personas como lo único real, son discursos peligrosos, fomentan la mentira, la discriminación y estimulan la violencia, aunque, obviamente, parezcan un deseo, una intencionalidad contraria a esto.
Decir que todos somos iguales cuando las diferencias son tan notables entre los que tienen derechos a la impunidad y el resto es ser crueles con la lucha por la equidad.

jueves, 15 de mayo de 2008

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