miércoles, marzo 30, 2011

El circo

Hoy fui al circo. Vi diferentes números de estudiada precisión y elocuente poesía. Sentado en el suelo y en la penumbra inicial me sentí con calma, con una rica sensación de niñez propia. Por ello, cuando comenzó el espectáculo, me dejé sorprender y, de este modo, me sorprendí riéndome a viva voz. 
La alegría siempre es algo simple y energizante. Uno cuando la deja aparecer se deja bañar por sentimientos lindos, por estímulos que nos energizan. No sé que será, pero creo que muchas personas compartirán que dejarse sorprender por esas cosas simples, no sólo habla bien del momento vivido, sino de las raíces donde esa alegría, tan personal, se nutre.
Ser feliz, ya dijimos en varias ocasiones, es un mandato que, a pesar de ser tan claro para todos, no siempre es fácil de llevarlo a cabo. Demasiadas cosas nos pasan, nos atraviesan, nos sacuden. Un universo que   está como empujando al punto contrario. Es lógico, en ese escenario que parezca, en ocasiones, una verdadera quimera ser feliz.  Puede ser, no se trata de contradecir el sentimiento que nos puede invadir en tantas situaciones, a todos y todas. Porque ser feliz es algo que depende, sin dudas, de las percepciones, sensaciones y sensibilidad que tenemos en general y en particular en un momento (un momento, me gusta repetirlo, es el estado maravilloso del encuentro en intimidad con el otro).
Lo que hoy creo es que si somos capaces de exponernos un poco a las cosas simples, quizás nuestra sensibilidad nos permita reírnos a viva voz, más veces de las pocas o muchas que nos permitimos eso. También creo que esa experiencia, tan elemental, quizás nos devuelva el eco de nuestra más antigua felicidad, la que nos permite pensarnos un poco mejores. Ese eco que necesariamente viene de quien nos quiere y a quien queremos.
Ser felices es la sencilla epopeya de lo cotidiano. Esa epopeya que, lo creamos, puede ser renovada cada día y nos hace saborear, un poco, la utopía que anhelamos. 

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