miércoles, marzo 23, 2011

Japón

Uno escribe para que alguien nos lea. Aun, cuando uno puede esconder la intención, siempre escribimos para ser leídos. Aunque lo guardemos bajo siete llaves y pretendamos que no lo es así. Yo también escribo para ser leído. Hace tiempo lo sé. Este blog es la prueba y con ello uno pretende que alguien escuche lo que digo o alguien reaccione a lo que digo o que alguien entienda algo de lo que pretendo y, también puede ser, que uno guarda la esperanza que algo de lo escrito  pueda ser útil de alguna manera para alguien. Que alguna persona que lea esto escrito se sorprenda positivamente y se sienta bien de algún modo.
Estos días veía las estadísticas del blog. Esas que tienen incorporadas en este sistema. Al hacerlo,  veo que alguien de Japón entra a ver el blog. Justo estos días, en medio de toda la situación que se vive y es conocida por todos. Si, pueden decir que en realidad es probable que no sea alguien que esté en Japón. También, se puede afirmar que, quizás, sea esos errores que surgen al cliquear sobre una página que no interesa particularmente. Todo es posible y no se trata, en realidad de hacernos la película sobre cualquiera efecto causal.
Sin embargo, hay un elemento cierto: no sé si alguien de Japón leyó algo de esto y menos si al hacerlo como reacciono. No lo sé y tampoco puedo saberlo. Es decir que es una de esas información es que nunca se conocen en general. Además, está claro, nunca escribí pensando en Japón. Tampoco sé quien lee esta página ni cuál efecto produjo en general, si lo produjo.
He aquí un detalle anodino y que nos pasa de manera cotidiana a todos. Nunca sabemos, a ciencia cierta, que efecto producimos con tantas cosas que hacemos, algunas de ellas automáticas, simples y sin trascendencia, otras que pretendemos importantes. La colección de gestos, actitudes y cosas concretas que hacemos se desparraman, tantas veces en el universo que nos rodea.
Es bueno pensar que hay una parte que escapa a nuestras previsiones, es bueno pensar que algo bueno podemos producir sin otro esfuerzo que intentarlo. Tal vez en eso consista la parte más importante que tenemos. El permitirnos el lujo de sentirnos que simplemente somos capaces de hacer algo bueno con el simple hecho de hacer con buena intención lo más simple, lo más cotidiano, lo más elemental que podemos hacer.
Si, escribo para que alguien piense, para que alguien se emocione, para que alguien vea, entre estas palabras, la intención de una sensibilidad que se ofrece, desnuda; una sensibilidad que siempre espera. El lograrlo tal vez esté implícito en la intención. Tal vez, eso sea lo bueno de ofrecerse.

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