jueves, julio 05, 2012

Lo que damos



Los seres humanos vamos por la vida dando cosas. Pocas o muchas pero siempre damos. De forma activa o pasiva, pero damos. Con la intención de hacerlo o por simple azar. Cosas sencillas, cosas complejas. cosas que los demás desean, cosas que realmente no desean. Cosas valiosas, cosas sin ningún valor. Lo hacemos con constancia de hacerlo y otras casi de forma anónima, despreocupa o interesadamente. Es casi el karma humano, podríamos decir. Llegamos a esta tierra porque alguien nos dio la vida, crecemos porque alguien nos da alimentos y así hasta que solo queda una cuerpo inerte, momento en que alguien dará algo a esa osamenta que dejamos.
Así como hacen con nosotros, hacemos, con nuestra modalidad, con los otros. Un movimiento constante, como una suerte de rio que fluye o, valga como imagen, como un libro que leemos y que al mismo tiempo escribimos para que lean.
Un poco más específicamente los invito a pensar en lo que damos en las relaciones que consideramos cercanas. Todo ese conjunto de cosas que consideramos, conjuntamente, significativas y con un valor fuera del mercado. Es decir, aquellas cosas que las damos porque creemos que tienen un sentido especial para uno y que aspiramos, pensamos, creemos, sentimos, imaginamos, esperamos, deliramos que también tendrá sentido para esa persona a la que le damos. Esas cosas a las que le damos un valor particular que no se evidencia en el momento que se da sino en el momento de recibirlas. Aclaremos: son esas cosas que creemos invaluables porque no existe una moneda para pagarlas, ni mercado donde venderlas, ni postor que pueda comprarlas. Si, parece confuso. Explicitemos un poco más. Por cosas me refiero al conjunto de gestos, palabras, expresiones, actitudes que intentan mostrar un poco de intimidad y que exponen fragilidad o protegen la fragilidad del otro. Son todos esos movimientos que se ofrecen al otro con una innegable carga de emoción y que surge en los instantes que pensamos que la cercanía aparece como una manifestación innegable, para uno y que permite que nos expongamos.
Sin embargo, lo cierto es que no sabemos ni el sentido, ni el valor que el otro le da a ello. Esto que está lejos de ser importante en el momento que damos, toma una dimensión más profunda cuando las circunstancias que vivimos nos llevan a una especie de necesidad. Allí el reclamo -vestido de lógica- se presenta como una suerte de exigencia por una especie de reciprocidad que, a veces puede expresarse como un pedido, un anhelo, una exigencia, un dolor. Allí, el otro nos da o no, pero jamás nos devuelve con lo que dimos, sino con su modalidad, con su forma, con lo que sea que da. 
Creo que debemos comprender que, con suerte, sabemos lo que damos pero, es menos  evidente, saber lo que reciben los demás. Podemos valorar lo que damos pero no podemos pedir que lo valoren igual. Podemos ser responsables por la deuda moral y de gratitud que tenemos  con los demás pero no podemos exigirla que los demás le den el mismo peso que uno le da. En el fondo, quizás, la cuestión es, entonces, comprender que hay ciertas cosas que podemos hacer por los demás y que el único pago que recibiremos será el gracias dado en ese momento y no días, meses o años después. Exigirlo no habla de otra cosa de nuestra propia ingenuidad, incapacidad, fragilidad o desatino.


Todo esto no quita que podamos seguir sintiendo el agradecimiento a alguien y ser capaces de querer saldar esa deuda moral que nunca podrá ser pagada. Esto habla de uno, jamás de lo que los otros deberían hacer. Cada uno decide cual de las deudas morales, que siempre tenemos, paga y cómo hacerlo. También cuál supuesta deuda ignora, no reconoce o niega. Esa es la verdad. 
Si, las relaciones humanas siempre son complejas. Esto es lo que las hace, tantas veces, sencillamente maravillosas.



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