jueves, julio 18, 2013

El cactus




El cactus en lo alto de la montaña. El cielo azul in-vocante y el mar azul convocante. Él, impávido. 
Hay, sin dudas, belleza en su presencia y magnificencia en su forma de estar. Toda la fuerza que surge de su aparente inaccesible belleza y la contundencia del mensaje que se puede escuchar: estamos solos y por ello, innegable, completa y necesariamente necesitados de la compañía. Necesitados de otro que nos mire, de otro que miremos, aunque sean como esos cactus, pasajeros a la vista de tantos pero reales y concretos. Sólo pocos lo miran, sólo pocos lo comprenden. Pero ellos siguen estando.
La naturaleza sigue brindando metáforas que se vuelven elocuentes para los seres humanos. Sigue siendo ella, con sus detalles de formas, colores, sabores y demás quien inspira la poesía, por ejemplo. Sus detalles, repetidos desde siempre y renovados aún para siempre, han permitidos que seres humanos, desde casi el inicio mismo, buscaran formas para decir, explicar y encontrar en ello metáforas que nos digan las mismas cosas de siempre pero que todo el tiempo parezcan nuevas.
Si, el ser humano intenta explicar la belleza con las palabras. Es parte de sus posibilidades y la belleza, entonces, radica en ese intento de entrelazar palabras para que tengan un sentido. Luego con ello hacer que la interpretación que ofrezca sea agradable, consistente, eficaz, efectista o lo que fuera. Tal vez por ello, sigo pensando que lo marca la esencia humana es su capacidad de interpretar. Viendo lo mismo es capaz de dar sentidos distintos, de colorear de otro modo aquello que muchos ven. Interpretar, una forma de leer lo que nos rodea,  lo que nos llega, nos toca, nos afecta, nos inquieta y, luego de devolverlo de otra manera, muchas veces, a los demás.
Interpretar la acción que, creo, nos define principalmente como humanos y que nos pone frente a la decisión central del encuentro con el otro con la pregunta simple: ¿qué hacemos con la interpretación que tenemos en relación al otro? ¿La comunicamos?, ¿la imponemos?, ¿la compartimos?, ¿la discutimos? Y con la del otro ¿qué hacemos?: ¿la aceptamos?, ¿la discutimos? ¿la negamos?, ¿la despreciamos?, ¿la destruimos? Si interpretar nos hace humanos, lo que hacemos con esa interpretación define nuestro trayecto como humanidad



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