lunes, noviembre 17, 2014

Cumpleaños

Un día cumplimos años. 365 días después –o 366 en ocasiones- del último aniversario. Como suele pasar, a veces, cae lunes. Lunes con todo lo que implica. Así, se celebra de alguna forma y como se puede. Se deja, en ocasiones, la fiesta para otra ocasión o, se aprovecha, y no se hace nada dado que es lunes. Las razones siempre encuentran buenas excusas en el cotidiano.
Lo que es indudable que en ese día de cumple aparecen lo saludos; los deseados, los deseables, los indeseables –ojalá que sean pocos, aquellos que son de compromiso como quien dice buen día a la pared- y, están, también, aquellos que uno añora. Esos saludos de quienes no están por que se fueron, porque están lejos, porque se olvidaron de uno –no del día, eso no tiene ninguna importancia- o porque el antiguo cariño, amor o lo que fuera ya fue.
Un buen saludo de cumpleaños debe tener sólo un par de cosas. No más. Una sonrisa plena, aunque sea del corazón, capaz de agasajar por el simple hecho de sentirse compartiendo una alegría. De ofrecerle al que cumple años la disponibilidad del espíritu y la cercanía del encuentro. Independiente del vínculo es hacer una apuesta real por el encuentro, aunque sea tan efímero como un saludo. Lo segundo, el regalar un deseo como un intento de creer que aún podemos pensar que todo puede ser mejor, que aún vale la pena sentirnos vivos y confiantes que toda persona debería tener alguien que se alegra con uno.

El resto, la fiesta, la alegría, los regalos o lo que fuera son lindos pero secundarios siempre. Porque un cumpleaños es la prueba que tenemos que nuestra vida siempre está en relación con los demás, con aquellos que ya pasaron, que ya se fueron, que están lejos o distantes y esos otros que están cerca, sea en la proximidad del espacio, del tiempo, del sentir. En definitiva, que podemos festejar porque no estamos solos y eso, vaya que siempre es un regalo.

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