viernes, abril 17, 2015

Historias


Las personas contamos historias. A veces, esas historias que contamos son las nuestras. Las que sentimos que hemos vivido. En ocasiones, también, son las historias que compartimos con alguien. Es decir, no nos atenemos a los hechos sino a cómo vamos reconstruyendo los hechos. Es decir, contamos nuestras vivencias. Lo curioso es, que esas vivencias que contamos, pueden o no coincidir con la del otro. Pero aun así, sigue siendo nuestra propia versión. Es más, hasta pueden variar de los hechos, un poco o un poco mucho, pero eso no quita que sea como sentimos que la hemos vivido.
Contamos historias pero no como un hecho definitivo sino como impresiones de nuestro andar y, sobre todo, en el momento que la contamos. Lo hacemos dándole importancia a alguna u otra cosa, de una forma u otra. Valga decirlo no siempre somos constantes en nuestros juicios (por más que todos afirmemos que sí). Es en la sutileza que aparecen esas divergencias. No siempre tenemos el mismo juicio sobre el otro. No siempre damos valor a las mismas cosas y, tampoco mantenemos nuestra certeza.
A ver, veamos. Recuerdo que cuando adolescente vi una película con la que prácticamente “lloré de la risa”. Una comedia que no me dió pausa en la carcajada. Era un gag tras otro. Años después, decidí verla de nuevo para rememorar esa sensación de regocijo por si mismo. Evadirme un rato y sumergirme en la risa. Sólo logré esbozar alguna mueca. Yo no logré encontrar la gracia en aquello que yo mismo había visto como el súmmum de la comedia. Si, los años, las experiencias, los momentos y lo que sea hicieron que lo que era, ya no era más.  Todo cambia, aun lo que parece un punto de referencia para nosotros.
Ahora me pregunto: ¿Qué pasa cuando en una relación las cosas se van al garete? ¿Qué parte de la historia nos queda todavía como válida? Si, lo primero es saber ¿Por qué se va al corno la relación? ¿o tal vez, en qué condiciones? Si, puede ser pero esas preguntas prueban, independiente de las repuestas posibles, que las cosas son susceptibles de cambiar y que nuestro juicio sobre ellas depende de “verdaderos caprichos” de nuestro entender, que la mayoría de las veces certificamos que son razones. Lo que quiero decir es que valorizamos las cosas en términos de cómo nos queremos proteger, tal vez. Así, quien era nuestro amor eterno pasa a ser el responsable de lo que se perdió o cosas como esas.
Luego, claro está contamos la historia siendo indulgentes o lo contrario con el que se fue, con el que dejamos, con el que nos distanciamos. La contamos no en términos de como pasó, sino en función de lo que nos hace mejor en ese momento (y aquí, hay un abanico posible de opciones). No está mal que lo hagamos así, curiosamente. Es la forma, insisto, que tenemos de protegernos y de avanzar, quizás.

Lo cierto que el amor y el desamor siguen siendo los peores consejeros para determinar los hechos pero siempre serán los únicos que validan las vivencias que tuvimos, las que tenemos y las que deseamos. El resto, son solo cuentos que relatamos para sentirnos mejor o peor o, simplemente para desahogarnos. Ahora bien, ¿querés que te cuente mi historia?




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