domingo, octubre 20, 2019

Día de la madre




Soy varón, no puedo nunca experimentar lo que una madre siente. Puedo–y debo- hacer muchas de las cosas que una mujer hace por sus hijos. Ninguna tarea doméstica o familiar me es imposible aunque, confieso, varias no me gustan. Las podré hacer bien o mal, pero no existe nada en mi constitución como persona que impida eso. Pero ser madre no está en mis posibilidades. Allí es donde mi humanidad encuentra uno de sus límites maravillosos. Donde la alteridad no es una palabra sino una necesidad innegociable de humanidad. El otro, en este caso la otra, es imprescindible para que la vida exista.
Puedo amar a mi hijo como el que más y como la que más en todo lo que se puede ver. Pero, existe un vínculo que no puedo tener porque no pude vivirlo. Eso, lejos de ser un problema, es un hecho de fe que acepto como una increíble sensación que lo comprensible no puede llegar al corazón mismo de lo sensible. En algún momento, algo, escapa de lo tangible y debemos confiar en ello porque lo experimentamos, no porque lo podamos ver.
Una mujer me hizo hijo, una mujer me permitió ser padre. Sobre estos dos hechos vitales esenciales es que mi vida teje puentes. La primera me permitió abrir los ojos y sostuvo –sostiene- mi andar con su entusiasmo y sentimiento. Nunca perfecta, nunca sin errores. Pero yo, con mis aciertos y errores hice lo que pude y no necesariamente lo que esperaron. Les debo, mínimamente, la posibilidad de estar. Pero yo sé, que es mucho más. Pero aún con lo mínimo, sé que no existe moneda de pago para una deuda que uno siente y que nadie, nunca jamás me reclamarán. Quizás en eso, radique la vivencia más excelsa, pura y significativa de humanidad: el poder dar, simplemente porque el dar nos hace.
No ignoró que los seres humanos no somos perfectos y que somos capaces de lo peor. Que una madre no está exenta de ser lo malo que existe. Pero, sin embargo, celebrar su existencia no es una edulcoración de la vida, es darnos cuenta que nuestra humanidad existe porque hay mujeres que tejen vínculos en su vientre y que, al hacerlo, muestran senderos para que todos vean un modelo de encuentro, de estar, de sentir.
Vaya, por ello y por lo que yo viví como un homenaje, como un deseo, como una ambición y, sobre todo, como una esperanza: que la humanidad aún puede ser mejor siempre.

Pero vale decirlo y recalcarlo: estoy hablando de mujeres. Nunca jamás, espero, deseo, y trabajo para ello, de niñas madres. 

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