lunes, noviembre 20, 2023

Democracia

 


 
Este año celebré los 40 años de egresado de la secundaria. En el discurso final el rector, siguiendo un largo ritual, nos bautizó con el nombre de promoción “Constitución nacional”. Con ese título “zarpamos” de la secundaria hacia la adultez. Justo el año en que la democracia se reinstalaba en el país. Soy, por lo tanto, “hijo” de ese preámbulo que don Raúl Alfonsín trasmitió como una idea de bien común. Luego de 40 años la democracia que nos tocó en suerte tiene problemas. José Saramago, a quien admiró por varias razones, lo sentenciaba directamente diciendo que “la democracia está desnuda y enferma”. En esa realidad estamos y parecemos persistir. La toleramos con sus imperfecciones porque la consideramos mejor que lo que hubo anteriormente. Simplificando, porque es una forma de gobierno que dejo atrás toda dictadura y anarquía y se orientó a la idea utópica y, en ocasiones reales, del bien común que ansiamos.


En esta elección, nuevamente se elegía presidente dentro de un sistema democrático que incluye, tal como si fuera una comunidad, varios integrantes. La democracia no es un presidente –a pesar que tenemos un régimen demasiado presidencialista-. La democracia es un conjunto de personas organizadas en diferentes poderes e instituciones y, también, lo señalemos, incluye a los ciudadanos. No es una sola persona, aun la delirante o la que cree que el camino es demasiado a la derecha, sino les a suma del poder social que nos incluye como gente de a pie, pero también a los otros poderes, repito vehementemente.

Ahora bien, en una democracia se ejerce el voto que, en nuestro país, no creo que sea del modo más óptimo, o sea aquel que garantice la libertad, la democracia y los DDHH, pero eso es harina de otro costal, en estos momentos. Pero, en democracia está claro que el voto es crucial. Porque el voto es la decisión personal que tomamos para elegir a alguien que represente ideas que tenemos, pero, nueva obviedad, no es un cheque en blanco, porque para eso tenemos los recursos, si creemos realmente en la democracia, para que nadie se vaya al carajo en el cargo. Creer en la democracia es eso, permitir que, entre dos personas, en este caso, yo pueda elegir sin que el otro me diga que es antidemocrático elegir por el otro candidato. Volvemos a la vieja proclama de Voltaire, en el imaginario popular, con su famoso: “no estoy de acuerdo con tus ideas, pero voy a luchar para que las puedas decir”.

Democracia es creer que el voto es válido y es un instrumento útil para elegir aun a quien disiente de mis ideas que, por lógica, serán mejores, o más justas, o más equilibradas o más necesarias. Pero también es creer que 40 años después de ese inicio de esta democracia ininterrumpida, tenemos la convicción, la fuerza y los recursos – públicos, privados, sociales e individuales-  para defender a esa democracia cuando nuestro preámbulo se ve amenazada. Una defensa que no puede ser solamente no votes por el otro que es malo.

Hace 40 años terminaba mi adolescencia, prácticamente, desde ese entonces, este último argumento – el otro es malo y yo soy mejor, así que si votas al otro son malo- ya no lo considero válido por madurez. Tal vez, por eso, cuando escucho esas explicaciones, subscribo la idea del premio Nobel portugués quien decía que “es hora de pensar una nueva democracia”. Ojalá sea la que entronice la dignidad humana siempre y contra todo, defienda los Derechos Humanos del pasado, del presente y del futuro y permita que los humildes tengan calidad de vida no en los discursos de personas ricas a costa de los pobres, sino en lo cotidiano, donde pasa la vida que debemos tener.

Francisco J. J. Viola

19/11/2023

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