como aquel “que comprende la autonomía, la reciprocidad, la honestidad, el respeto, el consentimiento, la protección y la búsqueda del placer y del bienestar”. Cada uno podría elegir de estas palabras alguna como las más importante, aún sin desconocer el valor de todas y cada una de ellas. Personalmente la palabra que considero esencial para la vida sexual saludable es el consentimiento. Creo que, con ella presente, las demás también lo están.
Consentir es uno de los actos humanos más evolucionados
que existe. Su aparente simplicidad dada por el decir “si”, incluye la noción
de complejidad –no complicado- que se asocia al ser humano. El consentimiento es
el resultado de la suma de nuestras experiencias, deseos, expectativas,
percepciones, autoestima, responsabilidad, afectos, confianza, comunicación,
disposición, creencias y demás, puesta en un momento de intercambio. Por esto,
el consentimiento es un proceso. Consentir implica alteridad en su esencia más
humana, conocimiento desde la certeza del descubrimiento personal, comunicación
como derecho inalienable de toda persona y el deseo como norma para la
satisfacción. Creer que el consentimiento, que se debe manifestar siempre en un
“sí”, sea simple y superficial habla de nuestra incapacidad de comprender el
hecho humano, de desconocer la dignidad del ser humano y ser incapaz de ver lo
obvio: el otro es tan importante por ser otro (no me canso de repetirlo, que
implica que yo soy el otro también).
Entonces, consentir no es simple, aunque no
sea complicado, insistamos en esto. Eso sí,
siempre es imprescindible. No es
innato, sino que es una construcción basada en una pedagogía que aliente el
conocimiento, el autoconocimiento, las habilidades para la vida (concepto de la
Organización Mundial para la salud) y los valores más concretos para este siglo
XXI: los que salen del paradigma de los Derechos Humanos.
Consentir es, estoy convencido, la piedra
angular para construir relaciones de cualquier tipo. Como tal, precisa de
varios elementos, es decir, no se consigue solo por querer, se debe no sólo
desear, sino también pensar, intentar, sentir, decir, revisar, expresarse,
preguntar, responderse, aceptar, establecer, reconocer, percibir, disfrutar,
satisfacer, satisfacerse, amigarse, disponerse, entregar, entregarse, recibir,
recibirse. Una lista larga de acciones.
Si, al final consentir será decir “si” o
decir “no”, sin otro límite que la convicción y sin otra razón que el deseo
activo de uno. Ese consentimiento es lo que realmente nos permite estar, sentir
y compartir de la mejor manera posible, aquí y ahora, generando algo con
alguien. Eso es lo que permite creer que podemos tomar beneficios para uno de
lo que pase y, por ende, para los demás. Consentir es, definitivamente, una
artesanía que se debe aprender, se debe realizar, se debe perfeccionar y se
debe respetar. En el plano sexual, hemos aprendido, poco a poco, que no
respetar ese consentimiento eso es un delito, un crimen que merece, por
definición, un castigo, no solo social, sino jurídico.
Al ser algo que aprendemos podemos,
lógicamente, enseñarlo mejor. No hay secreto en esto. Lo dijimos muchas veces,
casi obsesivamente. Pero, bueno, es que la respuesta sigue siendo una sola.
Para hacer que la violencia no sea tan fácil, para que la satisfacción pueda
ser más cotidiana y para que los encuentros sean lo que siempre deben ser: la
certeza de algo bueno, entre otras cosas, eduquemos, por el presente y por el
futuro. Hagamos Educación sexual integral como corresponde, porque al hacerlo,
solo hay ganancias para todas las personas y, por lógica, para toda la
sociedad.