lunes, noviembre 21, 2011

Nuevas notas sobre el amor



El amor, ese sentimiento que todos ansiamos. El amor, con sus variantes, con sus diferentes formas de expresarse, de sentirse, de vivirse. La variedad de la comunicación humana le da un abanico a sus manifestaciones que parece infinito (jamás es infinito, nuestras maneras de manifestarnos es limitada, aunque, curiosamente, sea infinita la combinación posible).
Pero el amor, en cualquiera de sus variantes tiene constantes que hacen que se pueda llamar amor a ese sentimiento que nos une a personas tan diferentes y que permite que el vínculo que las una se pueda manifestar en tantas expresiones variables. Entre las constantes que podemos encontrar está la renuncia. Es decir que podemos decir que no hay amor sin renuncia.
Pero, valga decirlo, la renuncia es una de las palabras más importantes en el amor, en realidad en la vida misma, pero que genera una sensación encontrada. Efectivamente, renuncia parece algo negativo, para algunos. ¿Por qué relacionar como elemento sustantivo algo un poco negativo en ocasiones a algo tan hermoso y necesario como el amor? Veámoslo
El contacto con el otro, tanto en su necesidad como en el deseo, exige que uno reconozca dos o tres cuestiones, en muchos casos implícitamente. La primera, elemental como precisa: no soy tú, no eres yo. Esto, que se conoce como alteridad, es la base primera que define la humanidad. Darnos cuenta que entre yo y el otro –aquí es importante el “yo” primero- no puede haber nunca continuidad, sino existe una imprescindible contigüidad. La segunda cuestión que surge es, a partir de la conciencia de esa alteridad, es la necesidad de algo que pueda hacer que en esa contigüidad se pueda encontrar maneras de producir acercamientos, también vital, para el encuentro permanente con el otro. Aquí surge la comunicación –en su variada, creativa y compleja manifestación humana- como el recurso de la especie para hacer de la contigüidad inevitable un aliado. La tercera cuestión que surge, es la renuncia. Como elemento metafórico, principalmente. Ciertamente, frente a la inevitabilidad del otro, que se transforma en necesidad, y la necesidad de comunicación, que se transforma en inevitabilidad, la renuncia aparece como hecho ineludible. Simplificando, para poder comunicarnos, en cierto momento debemos renunciar a hablar, debemos renunciar a monopolizar la palabra. Para encontrarme con el otro, necesito renunciar a ciertas cosas.
El otro implica renuncia, lo que no implica mutilación. Esto vale decirlo. El amor como lo que surge y se muestra en nosotros en relación al otro conlleva sensaciones de las más diversas: somos diversos, para sentir, para vivir, para experimentar, para comunicar. La renuncia tiene el valor real de lo que uno hace. No hay que creer que los demás pueden llegar a comprender el nivel de renuncia que uno hace por causa del amor. Ni siquiera el amado, la amada.
Es importante, entonces, comprender que no ama más quien más renuncia pero quien nunca renuncia realmente no ama.

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