sábado, noviembre 26, 2011

Orgasmear


Tener un orgasmo es una de esas vivencias personales que podemos experimentar los seres humanos. Es exclusiva del ser humano. Esta exclusividad se puede comprobar en el simple hecho que es el ser humano el único ser conocido capaz de mentir un orgasmo o de exagerarlo o de recordarlo, describirlo, pensarlo. Es, también, capaz de fantasear sobre ello y varias otras alternativas.
Un orgasmo es, en algunos casos, una explosión fisiológica propia de un momento de tensión anterior, esto en términos de una simple fisiología sexual. Pero, lo sabemos, como todas las palabras que usamos en relación a otro/a tienen el peso significativo y real que le vamos imponiendo por las vivencias que se tejen con nuestra imaginación, nuestras expectativas y, a veces, con nuestros miedos.
El orgasmo, como una síntesis del encuentro sexual, tiene un peso que va más allá de su corta duración fisiológica. Es, para muchos/as el instante preciso donde uno se abandona frente a otro (sea concreto, real o imaginado, el otro/la otra está en ese instante). En esos momentos, para algunos, se puede sentir completamente la vivencia de fragilidad humana y de la contención por el otro, no como debilidad sino como belleza. Es, por eso, que es uno de los instantes donde somos irremediablemente y maravillosamente humanos.
Esto, me lleva a la siguiente pregunta ¿Cuál sería el verbo más adecuado para el orgasmo? Varios son utilizados de forma indistinta: tener, dar, buscar, procurar, producir, ofrecer, recibir, pedir.  Si pensamos cada uno de ellos implica una forma diferente de orgasmo, de comunicación con el otro que comparte ese momento, tan preciso, tan real.
Pienso que el verbo más perfecto para utilizar es “ofrecer” aunque, obviamente, no es el único. Es en el ofrecimiento hacia el otro cuando la noción, no la fisiología, de orgasmo consigue su máxima expresión. Sólo se ofrece cuando la comunicación lo antecede, una comunicación que puede utilizar todos los recursos que disponemos con el otro, desde la palabra hasta el lenguaje corporal, incluyendo el silencio como eco de nuestra sensibilidad, y la mirada como conjugación y todos los materiales que contamos en ese momento, con esa persona, desde la fragilidad personal, hasta la confianza construida, pasando irremediablemente por la intimidad desarrollada. Con todo ello creamos esa síntesis que se expresa en lo fugaz de un orgasmo pero que implica la cercanía imposible con esa persona a quien le ofrecemos y nos ofrece uno de esos momentos donde nuestra humanidad respira, fugazmente, la eternidad.

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