martes, diciembre 17, 2013

Paz


Se murió Mandela. Todos tenemos idea de él. Todos lo sentimos un poco  (tal vez exagero, aún hay gente que está sumergida en la ignorancia y otras que se esfuerzan en sumergirse en el desprecio). Algo se ha perdido en este mundo. Pero la muerte es implacable como lo son las acciones que se desarrolla en vida.
Escribo hoy porque leo, en un periódico, el siguiente parágrafo: “Dos ejes confluyentes vertebraron el pensamiento de ese hombre excepcional: la memoria como deber imprescriptible y el perdón como gesto indispensable. No había, para Mandela, otra herramienta capaz de afianzar la paz, de disolver el sectarismo y neutralizar el odio profusamente sembrado. (Santiago Kovadloff dixit)[1]
Hay una elocuencia contundente en ello. Lo sabemos desde siempre y lo practicamos de vez en cuando –más lo exigimos en los demás-. Pero, independiente de ello, me aparece como una necesidad que surge como una  imprescindible e ineludible cita con el aquí y ahora. Porque la paz aparece como un pedido que surge de las entrañas misma de nuestra humanidad. Ansiamos la paz, la necesitamos como oxígeno.
La memoria y el perdón fueron el crisol donde el fraguo una herramienta para obtenerla en su interior y con ello ofrecerla.
Hoy, necesitamos de la paz. Memoria y perdón usó Mandela. Fue su propuesta. Que cada uno la fragüe como quiera pero lo hagamos ya. Es un grito, plegaria, lamento, dolor y esperanza que se escucha, como siempre, para los que quieren oir.

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