martes, diciembre 08, 2020

Redes y encuentros

En los detalles se ve la calidad del vínculo y la calidez de las personas, es una obviedad que la olvidamos mucho en estas épocas de redes sociales. Hoy, se repite hasta el cansancio que los teléfonos celulares han modificado la forma de relacionarnos. Así, el otro está en la pantalla, la cual se transforma en un espejo. No es de extrañar, entonces, que sea una constante: las selfies a repetición, muchas con poses copiadas, los gestos uniformes enviados como mensaje al universo acompañados de frases rimbombantes y poco espontáneas que incluyen muchos mensajes de libros de autoayuda. A todo eso, nos devolverán con variados emojis o stickers, que, quiero creer, sólo son una forma triste elementar de pretender mostrar un rostro para decir presente. Si nos sentimos vulnerables, enfiestados o excitados, nuestra efusividad será puesta en evidencia multiplicando un emoji en particular, sin otro motivo de no dejar a nadie huérfano de un símil de compañía.

Pero lo sabemos, al lado de los celulares, la vida sigue. Una vida donde la gente, se busca, se extraña, se pretende, se desea, se tolera, se enoja, se ama, se habla, se sonríe y, aunque la pandemia nos cuesta tanto, se besa, se abraza o, por lo menos, se sueña seriamente con hacerlo. La vida, la que vivimos realmente sigue allí, pasando mientras hagamos lo que hagamos en nuestras inevitables pantallas.

Pero, no confundamos la supuesta condena. Para ello, recordemos que el ser humano desde siempre ha tenido la capacidad intelectual de construir instrumentos, recursos, avances, desarrollos tecnológicos que han facilitado su vida. Así, hoy tenemos elementos tecnológicos que nuestros ancestros sólo podían, en el mejor de los casos, imaginar cómo ciencia ficción. Indudablemente, el ser humano siempre puede intentar hasta hacer real lo que sólo era una ilusión. La historia tecnológica de la humanidad lo muestra. Pero, luego, lo sabemos, el que actuará, el que las usará, el que las disfrutará o la sufrirá, no será una máquina, sino un ser humano como vos o yo. Con defectos, errores, vicios y equivocaciones. En esta lógica, las redes sociales forman parte de esta inventiva del ser humano. ¡Lo que hubiesen dado nuestros ancestros para poder ver a alguien es importante para sus vidas a distancia, escucharla, sin tener que esperar meses por una noticia! Así que, seamos claros, el problema que tenemos no se trata de las redes sociales. Se trata de cómo nos pensamos actualmente como humanidad. Se trata de cómo hemos transformado nuestras relaciones con el otro, ese que está allí y que puede o no tener importancia para nosotros.  

Creo que es hora de volver a pensar sobre como construimos nuestras relaciones. Preguntarnos porque cuesta tanto el hablar fuera de las redes sociales, porque necesitamos tanto unificar las formas para pretender ser distintos usando un discurso repetido que hay en las redes. Indagar porque muchas veces nos animamos, únicamente, a ser tan valientes en el cruel anonimato que nos da la web. Básicamente es hora de preguntarnos porque no están en primer lugar de nuestras vidas el pensamiento crítico como estrategia de crecimiento, el dialogo como búsqueda de consensos desde el disenso, la solidaridad como acción en presencia, los vínculos como construcción permanente desde la disponibilidad real de estar. Porque, como humanidad lo sabemos, cuando lo están, las redes sociales, el teléfono inteligente o lo que fuera sólo son algunas herramientas maravillosas que sirven, ocasionalmente, para construir el cotidiano, cuando es necesario, nunca de forma omnipresente.

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