miércoles, enero 11, 2023

Preguntas para el amor


 

¿Cuántas preguntas alguien debe responderte para saber que es la persona indicada para ti? Es decir, ¿cuáles son las respuestas que alguien deben ser diferentes para saber, a ciencia cierta, que con esa persona no te llevarías bien? No como prejuicio, sino como respuestas sinceras y que sean lo suficientemente claras para ti de modo que puedas afirmar que el amor no está en esa dirección.

Lo que puede parecer un juego de detectives es una ambición de muchas personas y, también, una propuesta que existe. Efectivamente, hay 36 preguntas definidas por el psicólogo neoyorquino Arthur Aron en un estudio preliminar sobre los niveles de intimidad interpersonal. Estas preguntas motivaron a Mandy Len Catron, a escribir un libro que se llama “Cómo enamorarse de cualquier persona, siguiendo estos pasos”, donde explora si se puede acelerar el proceso que lleva a la intimidad entre dos extraños haciendo que respondan a una serie de preguntas específicas.


Más allá de lo preciso e interesante de las preguntas se parte de una hipótesis que podemos comprobar: todo ser humano tiene temas axiales en su vida, puntos innegociables que debe respetar si pretende conservar la paz, desarrollar sensaciones ciertas de alegría, convivir con el placer de manera asidua y sentirse lo suficientemente acompañada para crecer como personas. Básicamente, estar en una relación donde percibamos el amor como algo vivido. No estamos hablando de lo que puedan ser simples opiniones porque ellas, obviamente, pueden variar a lo largo de la vida y de las circunstancias. No me refiero a esto, sino a aquellas cuestiones que son más estables y constantes. Temas importantes (que sólo pueden ser dos o tres, creería) que uno reconoce, sinceramente, como imprescindibles. No necesariamente porque los contrarios o diferentes sean malos, sino porque la mayoría de las personas prefiere lo conocido, aun en lo novedoso.


Es decir, sostengo que al cabo de los años descubrimos que hay cosas nos relajan, y otras que nos molestan; las que nos estimulan positivamente y las que sacan lo peor de adentro de uno; aquellas que buscamos con ahínco y las que preferimos evitar para disfrutar momentos de bienestar, en todo su abanico posible. Porque, lo señalemos, el bienestar es un estado y, por ello, tiene una gama de matices posibles. Esencialmente, quiero señalar que las personas tenemos lugares y momentos que sabemos que son los buenos para uno. Es lógico, entonces, que los prefiramos, sin condenar a nadie. O sea, todos tenemos posibilidades ciertas de hacer las preguntas buenas que nos permitirán saber si esa persona es la adecuada y, obviamente, la otra persona también debería hacerlo, porque una relación es un puente que dos personas recorren.


Esta idea implica una verdad concreta: lo prioritario sería saber cuáles son las preguntas que debemos tener respuestas para que nuestra vida de parejas (donde tantas veces pasa el amor) sea lo óptima que podamos vivir y que, por ser humanos, nos merecemos. Pero no hay un formulario pre-concebido, más allá que existan tests y ejercicios en varias revistas. Sin embargo, se puede hacer una guía, aunque no nos animemos. ¿Por qué no nos animaríamos? Porque para hacerla debemos hacer tres cosas que no siempre nos gustan hacer: vernos al espejo con la mayor sinceridad (procurando el autoconocimiento), confiar en lo que valemos (es decir, fomentar la autoestima) y, a partir de eso, preguntarnos ¿Qué cosas no deseamos nunca para nosotros? Y respondernos la pregunta esencial: ¿Cuáles son los tres (un número como cualquier otro) elementos que me dan la felicidad y que yo puedo garantizarle a quien amo? (*). Finalmente, saber que precisamos recibir para que nuestra felicidad no sea solo una ficción que nos contamos.

Si lo hacemos, puedo afirmar, tendremos mayores posibilidades de estar en el lugar y el momento que queramos, porque lo podremos construir. En definitiva “hacer el amor”, no es sólo sexo, sino una forma artesanal de construir la compañía que enriquece las vidas.

 

*Nota aclaratoria: no es nada material, ni nada tan abstracto que solo puedan ser palabras bonitas, ni slogan publicitarios.

 

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