domingo, enero 01, 2017

Sexo

El sexo es una actividad elemental en los seres humanos. A pesar de los adelantos sigue siendo la forma casi universal que elegimos para procrear, por ejemplo. Pero también la forma más contundente de pensar en “intimidad”, por más que esta sea algo mayor y que no siempre incluye desnudos ni actividad genital, algo que olvidamos muchas veces.
El sexo es también, tal vez, una de las actividades más deseadas cuando lo experimentamos de forma positiva. Como si quisiéramos repetirlo de forma constante o, para no ser tildados de “adictos”, cada cierto tiempo bien razonable. Es lógico, si lo pensamos, el sexo es un encuentro que puede tener la síntesis perfecta de la suma de los placeres.
Trato de justificar mi afirmación. Veamos el camino. El sexo comienza en el encuentro con el otro que elegimos –hace rato o por este momento- digamos que comienza en una actividad “social”. Una comida, un baile, un “café”. Así, antecede al desnudo la curiosa oportunidad de ese hecho social. Tenemos que compartir un momento y pensando en lo que viene, nos disponemos positivamente para que sea “rico”. Así liberamos prejuicios y procuramos danzar con más de cuerpo y menos de control “del que dirán”. Tal vez la comida, donde no intentamos ser chef pero si cocinar como disposición, una de las maravillas de la cultura (la que sea) y que luego en la mesa nos preocupamos de saborear, no de hincharnos porque hay. Todo eso regado con deleitarnos con alguna bebida en la dosis de paladar y no de somnolencia. En eso, motivado por el deseo y, ojalá, mostrando nuestro mejor yo, hablamos con la intención que el otro le interese, nos escuche y nos acompañe. Dejamos fluir el humor, como uno de los caminos más esplendorosos que tenemos.
En ese andar, podemos llegar al sexo por el camino que tiene más paisaje, más aromas, más sensaciones. Dejamos caer una caricia, esa que roza y anticipa, nos animamos a la risa que convoca y a esa coreografía no pensada que manda el lenguaje no verbal, tan reclamado y tan poco escuchado.
Todo a fuego lento, sin ánimo de apurar pero sintiendo que estamos allí, “a punto caramelo”. Sin aguardarlo pero sabiendo que llega, aparece el gesto que abre esa puerta, donde la caricia va un poco más allá, aun haciendo lo mismo; donde el beso se hace intención recíproca y ansias traducidas, donde la piel emerge ofrecida y buscada y donde la certeza tiene poco valor y el andar la seguridad de estar. El mapa del cuerpo conocido se hace guía para ese cuerpo real que está allí. Buscamos los espacios conocidos y si, se es inteligente, uno se deja guiar para esos otros lados. No hay nada como dejarse mostrar por el baqueano y, lo sabemos, el otro te puede señalar los tesoros de su cuerpo o, si no los conociese, garantizar que son esos que tú creías.
Allí estás, intentando el gesto simple y efímero de “orgasmear” haciendo lo repetido pero transformándolo en único. Dejar fluir el instante y sumergirte en el placer o intentar hacerlo con todo vos. Luego, terminar pero sabiendo que aún continua porque el sexo no se termina aún, abre esa opción que sigue (siempre opcional) a que el cariño se expanda, el sentimiento se escuche de otro modo y la quietud de los cuerpos retozando sea la forma más trascendente paz y serenidad. Definitivamente, podemos sentirnos dioses en ese momento e, inmediatamente tan humanos. Porque aun llegando al éxtasis perfecto, “propio de los dioses”, sabemos que queremos hacerlo de nuevo, “propio de los seres humanos".
Es sexo. Maravillosamente humano. Tan fácil de hacerlo que se puede disfrazar de tanto, tan especial para sentirlo y que, al mismo tiempo, es imposible disimularlo; tan riesgoso de ser monótono y aburrido, como tan certero de ser incansablemente novedoso.

Ojalá, el sexo sea siempre una de las formas de encuentro de los seres humanos. En ello también radica la esperanza de un futuro de paz, amor y alegría.

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