domingo, febrero 05, 2017

Autorizar

La vida es encuentro permanente. Por más que nos aislemos los encuentros están allí, al borde de nuestra piel con la distancia que ponemos, que necesitamos. La cual es el reflejo, entre otras cosas, de nuestra memoria, de nuestros pensamientos, de nuestros deseos, de nuestros miedos. Pero eso no quita, es el encuentro el que nos permite ser humanos y es por los encuentros que nuestra humanidad tiene esperanza, a pesar de todo.
Si pensamos en los encuentros la clave central vuelve a ser la misma. Hay muchos que no podemos evitar, el andar por la vida nos cruza con más personas de las que, quizás podemos manejar. Piense en un día común y nos cruzaremos, en la mayoría de las veces, con muchas personas. Encuentros circunstanciales, mínimos, protocolares, inevitables, algunos quizás indeseables para nosotros, pero encuentros en fin. Hasta lo que podemos y decidimos evitar son encuentros que no se realizan activamente por nosotros, eso precisa de un encuentro en nuestra conciencia.
La clave, como la vida misma para mí, es cuál de ellos nos autorizamos y en función de qué. La pregunta entonces sigue siendo: ¿A quién permitimos que se nos acerque y por qué? Es fácil imaginar que la repuesta es individual, aunque sigamos patrones reducidos pero, al mismo tiempo, intuimos que responder a eso es fundamental. Las respuestas son múltiples y, como lo experimentamos lamentablemente, a veces nos equivocamos. Las personas no son como imaginamos aún en las ocasiones que “sentimos” que eso pasa. Si a esto le sumamos la “vida”, ese caminar constante donde fluye pasado, con sus alas y cadenas en un presente que es un instante antes que un futuro predecible pero no seguro, obviamente las variables son diversas y, en ocasiones constante, inmanejables. A pesar de todo, la vida seguirá siendo un camino a hacer.
Entonces, ¿sobre qué podemos apoyarnos? ¿Intuición? Quizás podemos llamarlo así, siempre y cuando que  no olvidemos de dos condiciones previas e innegociables: la primera que eso que llamaremos intuición debe nacer de un saber o, por lo mínimo de un esfuerzo para saber sobre lo que somos, lo que queremos, lo que deseamos, lo que esperamos, lo que nos interesa, lo que deseamos, lo que nos protege, lo que nos fragiliza. Lo segundo, tomar conciencia que la verdadera protección está en la capacidad que tengamos de desarrollar la asertividad. Esa capacidad de expresar mejor lo que queremos a partir de nosotros y no en desmedro de los demás. La capacidad de no sentirnos obligados y de saber que consentir es la opción de vida que tenemos que buscar. Un consentimiento que para cada uno siempre es “aquí y ahora”. Porque es la renovación de ese consentimiento lo que da la posibilidad de la libertad como hecho real y concreto.

En definitiva, autoricemos a entrar en nuestros espacios a quien decidamos hacerlo, sabiendo que esos encuentros que nos permitimos son una decisión personal a la cual jamás debemos renunciar, por más que renovemos nuestra decisión cada vez que el encuentro se realice. Los encuentros son infinitos, son, muchas veces inevitables, pero están ese manojo de encuentros que hacen la diferencia sobre los cuales somos los dueños.



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