martes, abril 16, 2019

Disquisiciones sobre el amor



 No hay, seguramente, otra palabra tan universal como el amor. Tampoco debe haber una palabra que sintetice una idea de humanidad como ella. Es fácil pensar en esa palabra y acudir a ciertos conceptos, así, ante su enunciado podemos pensar en: encuentro, felicidad, deseo, satisfacción, compañía, entrega, por citar algunas. Una palabra que parece central para todos y, sin embargo, con una definición difusa, una forma de vivirla variada y con constante equivocaciones. Lo aclaro no son pocos lo que llaman amor a algo que dista mucho de ello. El amor termina siendo un ovillo de ideas, sentires y haceres que los seres humanos vivimos de diversa manera  y ejecutamos de muchas otras. Vale como una forma de casi todo. Defendemos acciones indefendibles en su nombre, aceptamos condiciones injustificadas apelando a eso y así vamos por la vida.
Simplificando un rato, es sencillo pensar que en el amor hay un amado y un amante (Si, idea tomada prestada libremente de Khalil Gibran). Amado y amante conforman el amor. Quizás, pienso, si las posiciones son estáticas el amor es una ficción. El amado y el amante deben intercambiar en algún momento los lugares, aunque sea un instante. Si no lo hacen el amor no existe, afirmo en mi disquisición.
Creo que dado que es, insisto, mi disquisición, la cualidad que es imprescindible que exista es la disponibilidad. El amor no sólo la implica, sino que se edifica sobre ella. La disponibilidad es más que estar para el otro, es una forma de estar presente, aún en la distancia. Sin que eso sea esotérico. Es una dedicación para dejar las puertas abiertas a la intimidad del otro. En el sentido que el otro comprende, siente, vive y confía que puede ofrecer sin tapujos su intimidad de modo integral e integra.
La disponibilidad no sólo es de espíritu sino se manifiesta en una disponibilidad de tiempo, espacio y acogida. En esto claramente siempre hay alguien que tiene la mayor disponibilidad, la que permite el encuentro que, sin dudas, necesita que el otro lo siga de algún modo. Pero, alguien lo empieza. Alguien está para alguien cuando el otro precisa, pide, ansia, busca. Lo lógico es que esto sea no pendular pero si que sea en movimiento. La pareja donde uno solo es quien aporta la disponibilidad necesariamente será nociva. Pero eso lo sabemos: una pareja se hace porque los dos hacen. Exagerando, uno de los integrantes puede hacer hasta el 99% pero si el otro no hace ese 1 % la pareja no se constituye, aunque se pueda representar.
El otro debe siempre aportar un mínimo necesario de disponibilidad real y completa para que eso pueda implicar que la pareja tiene espacio y posibilidades de crecer. Aquí debo subrayar la sutileza: la disponibilidad implica tiempo pero no es por dedicar tiempo que esta existe, necesita espacio pero no es por el espacio que está. Lo que necesita esencialmente es intimidad en su sentido más amplio y real: sentir que la desnudez está salvaguardada.

Tal vez, por eso, diagnosticar la disponibilidad de dos personas es lo que permite que cualquier posibilidad terapéutica pueda ser exitosa. ¿Cómo trabajarla? Pues como orfebrería: con dedicación, tiempo y entrega. 

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