lunes, abril 15, 2019

El discurso político como coartada

Desde hace un tiempo a la fecha, siempre basándome sobre la vivencia de la política en la república Argentina, creo que los cargos políticos de los poderes del estado se han transformado en una casta especial. Una casta que se puede acceder por diferentes vías pero que no necesariamente son las más equitativas, adecuadas y específicas para que lleguen aquellos que tengan los mejores méritos para la función. Aún en el poder judicial que, teóricamente es por calidad personal de las personas, se puede estar libre que su acceso sea por vías no claras, no adecuadas, no justas con las funciones y con el pueblo.
El acceso a estos poderes ofrece a las personas un trípode bastante interesante en la práctica, aunque en el papel se pueda decir otra cosa: riquezas (salarios, beneficios, lujos y demás), impunidad (para lo que fuera) y la exención de la responsabilidad.
Ahora bien, mi hipótesis, en esa ocasión es que esta casta utiliza como recurso para su mantención diferentes discursos que son una coartada: ya sea desde el “social”, o el de “los humildes”, o también el de la “eficacia capitalista”, entre otros. Es una coartada porque su accionar personal no conlleva decisiones prácticas a favor de “los oprimidos”, del “Pueblo”, de “los necesitados” de la niñez. Aclaro, si, hacen acciones que pueden favorecerlos pero nunca en desmedro de ninguno de sus privilegios desatinados, de sus errores.
El caso patente para mí es el de la corrupción. Sostengo, como algunos, que en una democracia la corrupción pública que nutre a la privada según mi lectura, es lo que afecta a los Derechos Humanos. La corrupción implica el uso discriminatorio del dinero que debería ser usado solo para garantizar los derechos básicos de todos: educación, salud, vivienda, calidad de vida. Si ese dinero es utilizado para enriquecimiento personal de algún integrante del estado, con la consecuencia inequívoca del enriquecimiento privado que genera mayor inequidad social y económica, es un delito de lesa humanidad para mí. Pero para que eso sea considerado así debe ser decidido por la casta política que se aprovecha que la misma no tenga control, ni límites precisos.
Así es lógico que las leyes contra la corrupción no salgan, que los juicios contra los corruptos se demoren hasta la prescripción y que el control de gestión “aquí y ahora” no pueda ser transparente, constante, independiente de los colores políticos que gobiernan y activo.

El discurso sirve para crear las trincheras donde juegan a pelearse ellos y fomentan la peleia de los que no están en su círculo,  mientras luego del juego de “intercambios de chicanas” puedan sentarse en un cómodo “spa” a dividir ganancias y demás.

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