jueves, septiembre 25, 2014

Amores incondicionales





Hablamos de amores incondicionales con mucha libertad. En ocasiones sin medir el peso que tiene. Así, vamos por la vida declarando nuestro amor incondicional. Lo bueno es que los seres humanos los tenemos a ese tipo de amores. Lo malo, que no siempre son todos los que creemos, los que pensamos, los que decimos. A ver, que somos capaces de amar es una cuestión definitivamente probada en los seres humanos y que nos permite soñar con una humanidad mejor siempre. Algunos amarán más, otros menos, pero podemos amar. Algunos constantes, otros en una época precisa y circunstancia determinada. Pero podemos amar. Nacimos con esa capacidad. Por supuesto, que entendemos amor de maneras tan diversas que, muchas veces, incluimos sentimientos que no son tan parecidos para todos. Pero, sea como sea que lo definamos, los seres humanos amamos. Casi como una constante de nuestra vida. Dentro de esa “actitud” permanente –sí, hay un poco de expresión de deseo y esperanza en esta sentencia-, a veces, somos capaces de amar incondicionalmente.
¿Cómo lo sabemos? En realidad, lo deseable sería que nunca lo probemos. Sí, claro, porque cuando hablamos de “incondicionalmente”, estamos hablamos de sacrificio. De condiciones que serían inaceptables en la mayoría de las veces. Pero que, si entra en juego ese amor, no dudamos un instante en asumirlas. Como un hecho innegable, inevitable y sobre todo lógico para ese amor. Allí, el problema implica que no medimos siempre bien esto y así, es común, que las personas hagan sacrificios estúpidos en nombre del amor incondicional o, en ocasiones que juremos amor incondicional por esa simpatía que tenemos.
¡Diablos! Ya tenemos varios problemas. El primero que no siempre sabemos que amamos puesto que es una amplitud de cosas lo que decir esto incluye. Luego, que no siempre ese amor es incondicional –por más que lo digamos varias veces- puesto que no todos los merecen y nosotros, sobre todo, no nos podemos dar el lujo de ofrecerlo a todos y/o todas. Si esto no fuera poco, la mayoría de las veces, ¡qué suerte!, no deberemos probarlo. Puesto que lo incondicional, insisto, exige el sacrifico –de cualquier tipo pero sobre todo de aquello que nos lacera, nos mutila, nos produce una agonía, un llanto que se muestre o no, nos vacía un poco el alma-.

Si, amores incondicionales tenemos siempre. Espero que ellos nunca necesiten ser probados. Por su parte, ojalá, simplemente nos debamos contentar toda nuestra vida con mostrar en las cosas cotidianas, esas que tejen el día a día, que el amor que se siente está allí, tratando de estar cerca, con los detalles que hacen que el otro lo perciba como real, como especial y, seguramente, como incondicional.

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