sábado, diciembre 03, 2016

Día del médico

Mi padre era un buen médico. Hizo lo que debía hacer para eso. Se formó con decisión, buscó integrar conocimientos, procuró descubrir a sus maestros, pensó, imaginó y se preguntó permanentemente a partir de su práctica. Así consiguió una experiencia que se veía como el famoso ojo clínico. Imaginó la docencia como una forma más de producir buena medicina. El, sin dudas, fue un buen médico. A eso, le sumó una condición que pulió con los años, el ojo humano. Donde aprendió a ver las emociones que se dibujan en la fragilidad y la fragilidad que se disfraza de tantas cosas.
Supo hacer del diagnóstico un ejercicio mental utilizando los recursos disponibles y de la curación un ejercicio compartido con el otro. Sí, creo que fue un buen médico. Descubrí con él una noción de compasión real, una idea de empatía viva que surgía del estar al frente del otro, una inquietud por la pregunta que, aún hoy, me empuja.
Era un tipo de médico. Hay otros. Hoy, se los celebra a todos. A los que son por el cotidiano, los que son por el pasado, los que son por lo que sean. Celebremos a aquellos que son capaces del diagnóstico, de las soluciones eficaces, de los tratamientos exactos y a los de los adecuados -que no siempre coinciden, como también a aquellos que son capaces de acompañar ante el sufrimiento que, a veces incluye dolor.
Feliz día a los médicos y a las médicas, a los que se sienten así, a los que ejercen así, a aquellos que procuran que el error y el acierto siempre sean el origen de nuevas preguntas. Pero sobre todo, feliz día a aquellos que nunca olvidan la premisa esencial de la medicina que tan bien sintetizó Perez Tamayo: “La medicina no es una ciencia y, quizás tampoco un arte, sino un espacio creado para que el encuentro humano colabore en la superación del sufrimiento utilizando los mejores recursos de la ciencia y del arte”.


Para que nos sigamos encontrando con esas personas, para mi, como fue mi padre.

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