miércoles, diciembre 07, 2016

Merecimientos

Para bien o para mal recibimos los que los demás consideran que merecemos. No recibimos, muchas veces, las cosas por lo que hacemos, aunque la hagamos bien o, en ocasiones, mal. La medida más exacta del merecimiento es una suma rara de percepción, situación y distancia que el otro tenga con uno. Esta premisa elemental nos hace ruido pero es, fácilmente probable, si vemos los famosos merecimientos. Valga el siguiente “botón” como muestra: los premios se los dan ciertas personas a otras por sus merecimientos, según la lectura del "jurado". Si tú mismo te das el premio suena, mínimamente, a algo sin sentido.
Esto no quita, lo intentamos sin intentarlo, en ocasiones, con alma y vida para recibir lo que merecemos. A veces, la lotería da el número correcto. Esto pasa mucho en las cosas cotidianas. ¡Sí!,  ¿quién no experimentó el amor? Allí vemos que quien lo vivió y vive sabe que el amor tiene una generosidad tal, que hasta atribuye méritos que uno no lo tiene o que no aparecen a simple vista. ¿Será, tal vez por esa manía del amor de ver lo oculto? O, tal vez, ¿por abusar de la idea de lo integral? Así, por ejemplo, te ven bello aunque no respondas a ningún canon serio; o, te considera la personal ideal, escondida tras los serios defectos y cosas como estas, que los demás ven con tanta claridad. Y, aquellos que experimentamos el desamor, alguna vez, supimos que muchas de las supuestas virtudes, sobre todas las que merecían caricias al cuerpo y al alma pasaron a ser cosas olvidadas, frugales u horribles. Todo basado que lo que antes merecía el todo, comenzó a merecer la nada.
La verdad, aunque nos duela, es que los demás nos hacen merecedores de las cosas, en ocasiones con variables tan aleatorias, tan circunstanciales, tan “absurdas e injustas", en ocasiones. Valga decirlo, aunque algunas veces, puedan durar maravillosamente una vida entera. Por eso que, en definitiva, nuestro testigo, nuestra testigo, rogamos que sea que los gestos reales siempre ocultan la profundidad del sentir que tenemos.
Antes eso, uno sólo puede intentar dar lo mejor. Sentirse convencidos que en cada gesto, en cada acción, en cada pensamiento, en cada entrega, en cada encuentro, en cada noche, en cada día, en cada caricia, en cada beso, en cada momento entregará el máximo real que dispone, en ese instante, procurando que ese sea la forma de hacer que el único merecimiento que importa llegue puntual al momento adecuado: aquel donde uno o el otro lo necesitamos.
Sí, sólo hay un merecimiento que vale la pena recibirlo: sé que me has dado el máximo, aún en tus días de limitaciones. A veces, (¡ojalá!) eso coincida con nuestra mejor idea de nosotros.

Pero si eso no llega, lloraremos, quizás, pero aún así podremos darnos cuenta que nuestra paz no es por los merecimientos sino por el día a día donde pusimos el máximo de nuestros posibles. 

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