viernes, diciembre 23, 2016

Encuentro festivo

Se celebra navidad, se celebra Hanukkah. ¡Qué bueno! Si, porque, a veces, la vida nos permite esos días donde vemos a la felicidad en donde está realmente:  en pequeñas cosas, fáciles de conseguir, en una comida compartida, en la evocación de una creencia que tiene mucho de niñez, en juegos simples, en saludos que surgen sinceros antes cualquiera. 
Como si por un día, a muchos y muchas, la vida nos alcanzaría con lo poco que hace la felicidad: compartir, encontrarse, disfrutar lo que haya y pensar, por un momento, que todo puede ser mejor porque hay un poco de paz y buenos sentires rodeándonos.
Si pensamos en estas fiestas, surge claro que son fiestas del encuentro no con cualquiera, con aquellos que son necesarios por más que podamos estar con todos y pasarla bien. Siempre hay alguien imprescindible en las fiestas. Aun podemos hacer la fiesta pero sin ellas "hoy un poco menos de todo". 
Son fiestas de evocación, son fiestas de alegría, son fiestas de creencias, aunque no las compartamos. Allí están todos los años para permitirnos un momento de cercanía e infancia. En las dos fiestas se insiste en la comida como una forma de celebrar, en poner la gala en la mesa, iluminar –siempre una vela (o nueve) y niños que esperan el juego (el driedel o los cohetes); y está, simplemente, la risa con lo que haya y, por eso de lo que llamamos "magia" siempre aparece en estas fiestas; y, luego, los regalos.
Efectivamente, llegan estas fechas y hay una suerte de magia que aparece. A veces, es colectiva –nunca tanto como las películas- otras es, quizás, solo individual. Renovamos, en ocasiones, por un instante la creencia de nuestra infancia. Así, agradecemos o pedimos. De forma colectiva o de forma queda, para no alertar que ya no somos creyentes. Pero allí estamos, pidiendo de un modo u otro que Dios o Yahvé (o el cosmos o la pachamama o la nada etérea) que las “bendiciones” recibidas se mantengan y las que aún no llegaron aparezcan. Pedimos con palabras y rituales o con una parte de nuestro cerebro  -utilizando  bromas o silencios-, sea como sea, si pedimos o rogamos que eso pase: que lo bueno continúe y que lo malo se vaya.
En ese entorno, nos encontramos con el otro, el presente y, tantas veces, con aquellos que están ausentes pero son aquellos que necesitamos cerca. La vida, la distancia, la muerte, la separación en tantas ocasiones producen la distancia inevitable, la ausencia que ocupa mucho espacio.

Pero, aun en esas situaciones, hay una felicidad que nos dirige, que nos estimula, que nos busca, que debe traspirar nuestra mente. 
Así en esta fiesta, sean cual sea la creencia que tengas, ojalá el encuentro te convoque pero, sobre todo, que tu sentir sea invocar que las personas que amas se sumerjan en la alegría de saberse amados, de sentirse felices y capaces de ser niños. 










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