viernes, enero 05, 2024

Día de reyes

Ayer fue la festividad de los Reyes Magos. Pocos días evocan a la niñez  como ese día. Además
sienta tan bien. Ser niños como reyes, podríamos decir. Cuando habla de niños, lamentablemente vale aclararlo en este mundo bastante cruel, uno se refiere a quienes deberían serlo siempre. Porque es importante decirlo, no todos los niños de este mundo pueden vivir su infancia como lo dice Dios –el que creas-, las leyes – las que conozcas- y el sentido común, tan raro últimamente.

Pero, en una idea utópica, cuando uno habla de niños se imagina muchas cosas, pero voy a detenerme en tres que son imprescindibles que ellos tengan: ternura, juegos y relaciones saludables.


La ternura tiene que ver con el trato, con la forma en que uno se relaciona con el otro a través de la delicadeza con que ofrecemos el cotidiano. Es decir, no son sólo gestos aislados, sino una forma constante de estar y ofrecer. La ternura siempre es una mezcla, casi de alquimista, de un sentimiento positivo (el cariño), de una disposición hacia el otro y de gestos concretos que hacemos en cualquiera de las actividades que realizamos día a día. Hay personas a las cuales eso le sale naturalmente, pero, lo curioso, es que también se puede descubrir y aprender y, por lo tanto, se puede generar. Para ello, es necesario cierta disposición a ver y escuchar al otro cómo reacciona como responde ante lo que hacemos y ante lo que quiere.

Lo segundo es el juego. Este es una actividad que nos reconcilia con algo que tiene que ver con
cierta inocencia, pero no porque seamos ingenuos, sino porque nos permitimos aceptar que el otro no es un competidor, sino un compañero. Así comprendemos que la diversión es en sí mismo una meta. Pero, también, es parte del camino hacia esa parte lúdica que nos autorizamos, ya que, al hacerlo, en ese instante en que decidimos jugar, de repente hay mucho más que el reírnos, ya que la competencia deja de ser el vencer o derrotar. Simplemente es el compartir un instante y somos capaces de hacer que el juego tenga una dimensión dialógica esencial para sentirnos cómodos, para sentirnos en confianza, para sentir que la vulnerabilidad no es un problema, si está dentro de esa intimidad que nos merecemos, donde uno se siente protegido. da la intimidad donde nos sentimos protegidos.

Lo tercero, es algo obvio. Recordemos que el ser humano, por definición, es relacional. Las relaciones son formas de intercambio. Cuando estas son saludables nos sentimos en ellas en una condición particular, porque el otro no domina. Con el otro estamos en igualdad en la dignidad y sobre todo una igualdad total en la capacidad de consentir. O sea, hacemos lo que queremos, hacemos lo que deseamos y permitimos también eso en el otro. Eso a través de una comunicación sana.

Sería bueno pensar que cuando hablamos de ser niño nos imaginamos volver a recuperar esos tres elementos que nos cuestan tanto, muchas veces. Sigo pensando, utópicamente, que no debería ser tan difícil, ya que está en nuestro ADN. Pero la verdad es que somos humanos y también está en nuestro ADN algunas cosas no tan buenas. Pero, si insistimos, cada día en ser un poco más humano –en cuanto a las virtudes de nuestra especie- podemos permitir ser cada día un poco más como soñamos ser. Creo, personalmente, que ese logro sólo pasará cuando no haya niños que no puedan disfrutar a pleno, por ejemplo, un día de reyes, independiente de como se llame en cualquier credo, lugar o circunstancia. Tal vez el camino a ello sea, apostar por volcarnos, aunque sea un día y sin miedo, a ser niños y disfrutarlos sin límites. 

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