viernes, diciembre 23, 2011

Navidad y sonrisas



La navidad, entre otras cosas, es innegablemente una época de sonrisas. No es que todos sonríen pero no creo que haya otra época en el año donde más personas sean proclives a sonreír y, sobre todo, personas con la intención que otros sonrían. Esos días, me refiero a la navidad específicamente y los días que le anteceden, es una época que provoca explayarse en la alegría. 
No vamos a negar las dificultades que muchísimos sufren, por lejos más de lo justo, personas que no la pasan bien. Sin embargo, en parte del mundo es una época donde surge una de las más maravillosas convenciones humanas: el intento fugaz, en muchos casos, sincrónico, intencional y activo de procurar que las personas que nos rodean sonrían.  A veces, coincidente con las que uno ama.

Dentro de ello, sea por la inocente ambición de ser tentados, la sonrisa de niños y niñas es uno de los manjares más buscados. Siempre es maravilloso ver a un infante abrir un regalo, por ejemplo o maravillarse con alguna cosilla que le sorprende. Para muchos que se permitieron y lograron ser padres, ver a un hijo sonreír, con la magia de la espontaneidad, con la inocente picardía que surge en la infancia, es una invitación a muchas cosas: a sentirse feliz, por un lado y, por otro, a rogar, a quien sea posible rogar, que esa sonrisa se mantenga el resto de la vida. Un imposible, lo sabemos, pero es lógico pensarlo.
Un niño que sonríe, también es, como un adulto que sonríe, lo sabemos. Hay, en ese gesto, tan sencillo una síntesis perfecta de aquello que atesoramos, anhelamos, amamos. Quizás por eso, pienso, la medida de nuestro amor –ese sentimiento tan peculiar- es el eco que nos produce ver, aún sin ser participes, la sonrisa del amado. Las fiestas, tal vez, sean universales por eso, nos recuerda que nuestra humanidad también está llamada a ser feliz, aunque nos opongamos con tanto ahínco.

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