jueves, diciembre 22, 2011

Tragedia y vida



Un colega más joven está en coma. Tuvo un accidente doméstico, de esos que uno piensa que no nos pasarán. Lo cierto es que está en una situación inestable y su vida pende de una esperanza – más familiar que médica dicen-. Que viva es difícil y, si lo hace, las secuelas posibles son fuertes para pensar. La cercanía del lamentable accidente hace que la noción de tragedia se presente con una carga emotiva muy intensa. Verlo en la terapia intensifica aún más la situación.
Afecta. Personas que le conocen están muy conmocionadas por el hecho. De repente, es como si caen, como un verdadero diluvio, las sensaciones, recuerdos y, sobre todo, las experiencias  de todo aquello que ya no se podría vivir más con él. 
La muerte, real o la que se presenta como próxima –todas inevitables, lo sabemos- nos muestra la evidencia de nuestra fragilidad, esencial mente humana, y nos describe, casi matemáticamente, la lista de cosas que no podremos hacer con esa persona. No importa cuánto hacíamos o no, importa que si considerábamos que esa persona era agradable, buena, simpática, o lo que fuera y que hubiese sido más rico para nuestra existencia no habernos privado de algunas ocasiones de compartir con él o con ella, un poco más de lo cotidiano.
Esta persona no es la única de las que sentimos que deberíamos haber hecho más esfuerzo para estar a su lado o permitirnos que, aunque de forma muy aislada, los encuentros se hubiesen sucedido con alguna sistemática regularidad. Lo cierto es que no son tantas las personas que pensamos que sería lindo compartir algo más aunque sean encuentros informales de música y canto, de películas y chistes, de reflexiones y delirios; de viajes reales o quiméricos; de discusiones pasionales; de cariños más vividos, de bailes que se aprenden o que se disfrutan; de juegos intensos y rejuvenecedores; de silencios y palabras, de intimidad y sueños.
Todos estamos obligados a abandonar esta tierra en algún momento. Todos se verán privados de alguna forma de la presencia real y compartible de algún otro. Esta realidad lapidaria tiene la otra cara. Aún tenemos tiempo de permitirnos el compartir algo más con esa pequeña selección que debemos hacer: esas personas que creemos importantes, necesarias, valiosas para nuestro andar. Eso, no implica reciprocidad, debemos decirlo. Es decir, siempre es posible que no seamos la persona que el otro o la otra prefiera para compartir. Pero siempre debemos disponernos a hacerlo, intentar hacerlo o, simplemente, ofrecerlo. 
La tragedia, nos puede tocar, pero antes y después siempre estará la vida que aún debemos disfrutar por nosotros y por esas personas que consideramos importantes y, tal vez, que nos consideran importantes.Esta es la vida.

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