jueves, diciembre 01, 2011

Vínculos saludables


La vida tiene la particularidad que no es ideal, generalmente. Vamos por la vida con lo que tenemos y nos debemos enfrentar con lo que nos sale al paso con lo que tenemos puesto. Andamos y descubrimos situaciones de las más diversas; algunas de ellas raras, enigmáticas, misteriosas y, vale decirlo, muchas simples. Vamos respondiendo a las mismas con lo que tenemos a bordo y con aquello que sabemos. A veces con buen tino y otras con los errores de principiantes, esos que cometemos los seres humanos tantas veces en una vida. 
En ese andar encontramos a muchas personas. Con ellas creamos, en ocasiones vínculos. Vínculos que nos ofrecen más o mejores herramientas y otros que nos quitan las pocas que tenemos o las rompen de manera que son inútiles para el futuro. A veces, soportamos vínculos que no son los mejores porque no encontramos formas de evitarlos. Otras, soportamos vínculos porque creemos que es una suerte de obligación. Otras, simplemente, asumimos como una obligación. También, es necesario señalarlo, creamos esos otros vínculos, los que nos ofrecen placer en todas las formas posibles y algunas conocidas. Así es la vida. Así fue y así será, para mí, para ti y para los demás.
Cada uno de nosotros seremos calificados, aunque de manera inconsciente en muchas ocasiones, como uno de esos vínculos saludables y otras, por lo contrario. Seremos indiferentes a los ojos de las personas y otras una suerte de ser imprescindible –nadie, lo es, vale aclararlo-. La vida, lo asumamos, se teje con vínculos. Es nuestro andar por la tierra quien lo obliga, lo permite, lo exige, lo suplica.
Los vínculos saludables no son, necesariamente, los permanentes –a veces, a pesar de nosotros-, sino aquellos que nos han permitido avanzar en el camino. Aquellos que han logrado sacar lo mejor de nosotros y de hacernos creer que el andar siempre vale la pena. Esos vínculos están basado en los sentimientos que consideramos los más positivos (el amor, por ejemplo). Esos vínculos, curiosamente, persisten en nuestro andar, aunque no estén. Persisten porque su presencia es buscada o, porque su recuerdo es ese espacio que nuestra memoria, nuestro espíritu nos ofrece como el oasis donde nuestra alma se permite descansar para avanzar un poco más, un poco más lejos, quizás para llegar adonde nos debemos. 

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