jueves, agosto 17, 2006

Ley de Educación sexual en Argentina

Finalmente llegó (o casi, pero seamos optimistas de todos modos). Si, finalmente, los legisladores decidieron acompañar la realidad y movilizarse para transformar en ley el mayor proyecto de desarrollo humano que nuestro país tuvo en toda su historia. Luego de tanto tiempo, los gobiernos de nuestra nación tendrán una herramienta que permita implementar, con la fuerza que otorga la ley, el principal cambio hacia una sociedad mucho más equitativa y libre. Estoy hablando de la sanción en la cámara de diputados de la “Ley de educación sexual integral” que, confiamos, el Senado acompañara, por convicción o, en el peor de los casos, por no quedar como quienes se opusieron al momento histórico de sembrar el futuro.
Si sé, para muchos lectores parecerá exagerado definir esta ley en estos términos. Para muchos parecerá recargado este elogio sobre esta situación. Después de todo, podrían decir, no es nada en especial, no va a cambiar mucho. Me permito dudar, por eso pongo las cosas en estos términos. Es verdad que la ley no implica convicciones en los usuarios, no implica cambios sociales vertiginosos, tampoco implica solución a los problemas inmediatos que la sexualidad está mostrando (violencia contra la mujer, embarazos no deseados, abuso sexual, etc.). Sin embargo, es una puerta de esperanza, pues la ley promueve la utilización de una herramienta esencial y clave para contrarrestar estos problemas y es esto, lo que debemos tener en cuenta específicamente.
Pero veamos, un poco más en detalle, lo que pretendo decir entre líneas y, para ello, permítanme decirlos en otras palabras. La educación sexual se hace desde que el ser humano existe. Una educación sexual basada en la represión, en la dominación masculina, en la violencia, con las excepciones del caso, fue hecha desde hace siglos. Es decir, que, independiente de la ley, existe una educación sexual que se está haciendo actualmente por más que no se hable de “información sexual”. Establecer una ley para que esa educación, en la mayoría de las ocasiones informal, se estructure y promueva un compromiso y una postura concreta frente a los problemas de las relaciones humanas, llamadas sexuales en algunos casos, es lo que hace que esta ley sea una innovación.
Repitamos una verdad que debe ser mostrada claramente: la educación sexual no es información sexual. La educación sexual implica el desarrollo de actitudes y aptitudes en las relaciones de género que las personas tenemos y tendremos siempre, con el objetivo de promover, entre otras cosas, libertad, placer, respeto, diversidad. Por eso, una educación sexual integral tiene que partir de tres principios: establecerse a partir de la lectura de género como hecho innegable, propiciar todos los elementos para evitar y contrarrestar cualquier tipo de violencia y apoyarse en el desarrollo de la comunicación para poder expresar sentimiento y para poder aplicar la información, veraz, cierta y adecuada que se debe ofrecer.
El desafío es mucho más grande de lo que algunos imaginan. La ley de educación sexual integral no se reduce al aprendizaje sistemático y único de preservativos, anticonceptivos y MTS de forma teórica o práctica (sin dejar lugar a discusión sobre la importancia que tienen). Esta ley implica hacer el esfuerzo, sostenido, real e intenso, por una educación formal que desarrolle en el ser humano actitudes para gestionar los conflictos, evitar la discriminación, fomentar la diversidad, permitir el placer, realizar la prevención de los abusos sexuales, beneficiar la comunicación, liberar las relaciones de represiones negativas y, sobre todo, promover la felicidad como meta real del ser humano.
La educación sexual no es información sexual. Por ello, este tiene que ser un proyecto mucho más ambicioso sobre el futuro de nuestras sociedades. Porque la educación sexual integral, solo es así cuando genera, principalmente, la erradicación de la violencia de género, la prevención de las enfermedades a través del uso de la información, la gestión de situaciones fisiológicas de forma adecuada y respetuosa y, sobre todo, la posibilidad cierta de protección, desarrollo de la libertad de decidir, de elegir, de sentir, de gozar y de amar.

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